El que busca encuentra...

jueves, 27 de octubre de 2022

Phare du Haut-Fond-Prince


 Se yergue ante nosotros una estructura imponente, surge de entre las aguas del río Saint Laurent, a las orillas del fiordo de Saguenay, a siete kilómetros de Tadoussac, en Quebec.

Como íbamos en un barco intentando tomar fotos de ballenas, belugas y focas, la atención estaba enfocada únicamente en el lado del barco en el que me asenté por un buen rato. Los vientos eran gélidos y no mentían cuando nos decían que debíamos llevar ropa invernal, cubrir oídos, manos y cuerpo. Yo no soltaba el lente de mi cámara, listo para capturar velozmente cualquier animal marino que se dejara asomar en la superficie de las frías aguas. 

Y en eso, sin estar preparado para ello, veo que nos vamos acercando al faro que se construyó en una especie de plataforma metálica en 1961. Nada capta más mi atención que la estructura, sobre la cual chocan leves olas constantemente. Veo una rendija por donde subían una escalera las personas en aquellos tiempos, y me fijo en el metal roído pero firme, el rojo intenso, a pesar de ser un día nublado y frío. Cuenta la leyenda que durante su primer invierno funcional, tres guardianes fueron sacudidos e incomunicados por una fuerte tormenta, cuyas olas llegaron a la plataforma e inundaron el refugio principal, obligándolos a subir a la torre, en donde tuvieron que esperar a que calmara la tormenta 36 horas después.

Uno se imagina todo eso mientras la estructura se asoma poderosa y mística a escasos 20 metros de distancia, mientras que mi cuerpo helado pide un poco de calor. No basta decir que quedo perplejo; sigo hasta espantado por la historia y la trágica sensación de potencial muerte que habrían sentido los guardianes sesenta años atrás, en lo alto de aquel faro en medio de las inclementes aguas gélidas del Saint Laurent.



jueves, 11 de agosto de 2022

Miel du Château

Yo llevaba a lavar mi ropa a ese pequeño establecimiento, quizás unos quinientos metros de distancia de donde rentaba un cuarto en la casa de una señora mayor. Lo había descubierto en una de mis caminatas cotidianas, digamos, misiones de reconocimiento de mi zona; taquerías, cafés, inmobiliarias, edificios departamentales y allá, a lo lejos, al final de la calle, la Lavandería El Greco. 

Usualmente me atendía una chica muy amable quien, por lo general, se la pasaba en su celular. Había que timbrar para que le abrieran la puerta a uno desde adentro, y ya una vez allí, esa chica sacaba mi ropa de mis bolsas de plástico y la pesaba: serán tantos pesos. En lo que me buscaba mi cambio, yo husmeaba con la mirada el establecimiento: algunas lavadoras y secadoras hacia el fondo, y más cerca las paredes adornadas con curiosos pósters y mapas de Francia, un cartel hecho a mano que decía Vive la France. Me parecía una decoración por demás específica, pero nunca le pregunté a ella el por qué de tantos motivos galos. 

En cierta ocasión, mientras buscaba cambio para darme -claramente la dejaban siempre sin cambio los dueños del establecimiento-, la vi alejarse hacia la parte de atrás de los cuartos y hablar con alguien que se encontraba allí cerca. El individuo, un hombre de baja estatura, medio calvo y con ojos de color claro la acompañó de nuevo a la caja, sacó cambio de sus bolsillos y su suéter, y alzó la mirada para verme. Soltó alguna disculpa o explicación acerca de la ausencia de cambio, y aproveché yo para preguntarle el porqué de la decoración francesa en las paredes sucias y descuidadas. 

-Ah sí, ¿le gusta la decoración? Mi hermano y yo somos de Francia. Bueno, mejor dicho somos mitad franceses. Es la tierra de mis ancestros. 

Yo le respondí emocionado que yo había vivido en Francia un año, y que tenía gratísimos recuerdos de aquel país.

-¡Espléndido! -me dijo emocionado- Nosotros somos de una parte al centro, nos apellidamos Du Château, que quiere decir "Del Castillo"...

Le pregunté en mi empolvado francés que si él y su hermano iban seguido a Francia y que si seguían practicando el idioma de Moliére -suponiendo que tanto orgullo corriendo por sus venas le iban a soltar la lengua que tanto disfruto escuchar-. Pero no, para mi sorpresa su francés era precario y con un acento chilango por demás notorio, lo cual lo hacían sonar casi como un impostor queriéndose hacer pasar por francés. Pero, ¿quién era yo para juzgar o condenar a ese pobre diablo? Las circunstancias de su vida me eran ajenas, y le agarré cariño a pesar de mis dudas. 

En numerosas ocasiones platicamos sobre esto o aquello, restaurantes, quesos, vino. La situación social en Francia, pero más que nada el señor Du Château estaba bien informado en los chismes del vecindario. Resultó que la lavandería no le dejaba mucho dinero (que tenía que dividir con su hermano, a quien creo conocí una única vez y quien no me habló en francés), pero estaban moviéndose hacia el sector apicultor: Miel Du Château. Me hablaba maravillas de la miel, y que era algo que habían aprendido de sus ancestros en Francia, orgullosamente ahora trayendo los secretos a México. 

No supe bien si creerle o no acerca de los orígenes de sus conocimientos en apicultura, pero por pura amabilidad le dije que cuando tuviera miel, me gustaría comprarle un poco para probarla y llevarle a mi familia a Chihuahua en mi siguiente viaje. Era un personaje tan curioso y lleno de contradicciones, casi daba la impresión de mitómano, que independientemente de que me vendiera miel algún día o no, el hecho de alzarle el ego hablándole de Francia o de la miel me daban la ocasión de conversar más minutos con él, mientras la chica de al fondo seguía inmersa en su celular. 

Eventualmente, un día que recogía mi ropa limpia, el señor Du Château escuchó mi voz desde el fondo de su establecimiento y salió emocionado a platicar conmigo. Le dijo a la chica que "él me atendería", y mientras buscaba mis pertenencias, me decía que me tenía un pedido extra listo. Yo, un poco confundido, no sabía bien de qué hablaba pues yo jamás había dejado ropa extra o ningún otro tipo de peticiones específicas sobre la limpieza de mis prendas. Fue a la parte de atrás y volvió con un par de frascos de miel, dorada y pura, que me entregó en la mano. Así que no era del todo mentira; la etiqueta bastante simple y poco decorada decía "Miel du Château", con información nutricional y algún correo electrónico. Le pagué la miel y le agradecí, y eventualmente la famosa Miel du Château, cuyos secretos provenían de algún recóndito rincón francés y traídos a México por esos curiosos hermanos, llegó a la alacena de mi madre, quien la disfrutó enormemente. 

No recuerdo el nombre del señor, y al revisar en Google Maps, resulta que la lavandería ya no existe. No sólo ya no existe, sino que el edificio fue completamente derrumbado. También he buscado su miel en Google sin resultados positivos. Es como si todo hubiera sido un sueño, como si el curioso señor Du Château me hubiera dado esos frascos de miel y luego se hubiera desvanecido, o mejor aún para él, vuelto al país de sus ancestros...





miércoles, 20 de julio de 2022

La Cueva del Diablo

Salimos de la casa de campo de no recuerdo qué familia, y comenzamos a caminar hacia el norte de Majalca. Los caminos eran terracería y estaban sombreados gracias a los altos pinos que delineaban las propiedades a ambos lados. Recuerdo que gracias a las fuertes lluvias que habían acompañado los días anteriores, el olor a fresco, tierra mojada, y bosque aún bastante virgen penetraba mi sentido del olfato y me generaba una felicidad inexplicable. Era obligatorio que, como niño explorador y hambriento de mundo, me hubiera hecho de una vara que acompañaba mi recorrido como si fuera una herramienta indispensable. 


Los mayores indicaban que pronto se vería a lo lejos, que prestáramos atención hacia el oeste, allá arriba, en la montaña, que es en donde se encontraba. La excitación y el misterio me invadían porque yo jamás había estado en una cueva antes, mucho menos en una en la que el nombre indicara que allí adentro vivió, o seguía viviendo, el mismísimo Diablo. No puedo negar que me generaba un poco de miedo ir y adentrarnos en los recovecos de una cueva; ¿qué habría pasado allí adentro tiempo atrás?, ¿Era posible que, una vez adentro, quedáramos atrapados para siempre en sus garras?, ¿Por qué le habían puesto ese infame nombre: La Cueva del Diablo? 


Y así, en lo que esas preguntas invadían mi inocente cerebro, algún otro niño emitió un aullido de emoción que me hizo volver mi rostro hacia la izquierda: allí estaba, a lo lejos, indudable, absolutamente existente y espeluznante, la Cueva del Diablo. Cabe mencionar que, considerando la montaña, el bosque y la luz del sol que todo bañaba, ver allá arriba un agujero obscuro y negro, enorme, me paralizó las neuronas momentáneamente. El concepto de cueva tomó fuerza y sentido, y comprendí que después de todo, entrar a una cueva requeriría mucha más valentía de la que yo podía generar en ese momento. 


Seguimos avanzando por esa terracería unos cien metros más y giramos hacia la izquierda, hacia el oeste, ya que habían acabado las casas de la zona, y comenzamos a subir poco a poco la montaña cuyas faldas se extendían hasta el camino. Rocas, matorrales, espinas, pinos, árboles varios, todo ello iba ilustrando el camino improvisado de subida, hacia la irremediable y obscura entrada de la Cueva que aún se miraba lejos. Conforme subíamos, el agujero iba cobrando tamaño y, por lo tanto, fuerza. Lo bueno que íbamos con adultos, porque de otro modo no nos hubiéramos animado a subir...


Juro que ya más arriba, tal vez a unos doscientos metros de la entrada, reinaba un silencio sepulcral; ni el viento entre los pinos silbaba. Llegamos a escuchar una víbora de cascabel a lo lejos, pero incluso ella se calló: era como un presagio, una advertencia. Agarré más fuerte mi vara y seguí subiendo, prestando atención a las rocas frente a mi, pero no sin dejar de voltear mi vista ocasionalmente hacia arriba, hacia la cavidad potencialmente pestilente que se iba expandiendo conforme nos acercábamos. Tal vez fuera mi percepción de infante, pero me parecía una entrada enorme para una cueva -no que tuviera la menor experiencia con la orografía de mi estado natal, pero supongo que, si hubiera sido yo el Diablo, hubiera buscado alguna cueva más remota, menos llamativa-. 


Y al fin estábamos allí en la entrada, en donde ya no quemaba el sol y el viento soplaba más fresco; claramente debía ser una cueva profunda y terrible porque era claro que la corriente de aire que sentíamos fluía desde adentro. No noté ninguna pestilencia, y a decir verdad ya que estábamos adentro noté que no había mucho espacio; algunos se sentaron a descansar, otros seguimos hacia lo más profundo, dándonos cuenta que no era tan profunda como mi imaginación había advertido. Es más, resultaba un poco decepcionante que no hubiera túneles hacia cavernas mayores, antesalas obscuras en donde hubiéramos encontrado restos de hogueras, huesos, arte rupestre diabólico, cualquier seña o vestigio que explicara la reputación o el nombre del lugar.


Cada vez que volví, años después -que habrán sido unas 3 o cuatro veces a lo más-, seguí sintiendo esa magia y esa terrible sensación que me provocaba pronunciar el nombre de la caverna: La Cueva del Diablo. Pero seguí subiendo, en cada ocasión, con la misma emoción y anticipación del niño que había subido décadas atrás. Cada vez, al igual que la anterior, una fuerza inexplicable, casi como un imán, me llamaba a pretender o imaginar que iba a encontrar algo terrible y espantoso, tal vez casi emocionado de que, una vez adentro, se me hiciera finalmente el toparme con el mismísimo Diablo.



jueves, 23 de junio de 2022

Piló, Quike, Juan, Cecy, Edgar, Leonor, Aldo y Marisol

 Vengo recién llegado de Metepec. Traigo el cabello larguísimo, a modo de afro. Inmediatamente las autoridades escolares de Chihuahua me dicen que esto "no está permitido" y que voy a tener que cortarme el cabello y acatar las normas. Ya de entrada pienso mugre rancho conservador. Esto, aunado al hecho de que estoy dejando atrás a mis dos grandes amigos de aventuras juveniles en Metepec, me hace odiar la decisión de volver al terruño. Lo amo, no se me tome a mal, pero había comenzado a amarlo como un destino vacacional, un sueño navideño de un par de semanas y ya, volver a la normalidad en el centro del país tras recargar energía en familia y con amigos.

Las primeras semanas nos quedamos en casa de mis abuelos a falta de tener un hogar listo (y la mudanza que apenas venía en camino), y esas semanas fueron lindas, cargadas de conversaciones con mi abuelo, husmear entre sus libros de poesía (Juan de Dios Peza, Antonio Machado), desayunar con mi abuela y disfrutar de sus licuados matutinos, tomar el camioncito de la mañana que pasaba por mi siendo aún noche afuera, y me ponía mi discman para escapar de la realidad y volver, a ratos, al lugar que había dejado apenas un mes atrás. 

Llego a Chihuahua en cuarto semestre, la mitad de mi preparatoria, y es un momento que marca el resto de mis días. Es terreno fértil en cuanto a la amistad, pues Arnulfo me había presentado a varios de sus amigos más cercanos el verano anterior, y por suerte compartiría clases con todos ellos. Los viejos nombres que él me había mencionado en tantas ocasiones, Juan, Aldo, Piló, Marisol, Leonor, Edgar, Quike, Cecy, todos ellos estaban allí el primer día de clases en esa fría mañana de enero 2005.

La primera en mostrarme calidez fue Piló, quien ya el verano anterior me había caído muy bien y habíamos platicado agusto de gustos afines como Blink-182, y de hecho yo iba corto de dinero a algunas de nuestras salidas (en aquellos tiempos nadie manejaba aún, caminábamos las calles de Chihuahua o nos subíamos al camión), y pidiendo 20 pesos para unos hot dogs, Piló me terminó ofreciendo 200, que es un gesto que jamás olvidaré. En la preparatoria me dio un tour, me contó de los "grupos", de las fresas, los nerds, los populares, y los recientemente formados "Chabelos". En la cafetería me iba indicando estos grupos de personas, y me insistió en que los más agusto serían los Chabelos (del cual ella formaba orgullosa parte), ese grupo ecléctico y peculiar de personalidades variadas y que se juntaban en unas mesas cercanas a las escaleras de la cafetería. Yo, neófito, no me sentía cómodo dejando mi mochila allí con las del resto, así que la cargaba a todos lados. Eventualmente el grado de confianza me llevaría a lanzar mi morral (que con el tiempo me sentí cómodo en llevar en vez de mochila) por encima de cabezas y que aterrizara suavemente encima de otras mochilas apiladas bajo la escalera. 

Piló se volvió instantáneamente en mi primera amiga; me prestó una guitarra para que me llevara a casa de mis abuelos y tuviera algo que hacer por las tardes, y el primer viernes -que salíamos temprano- tomamos un camión que nos llevó al Centro Musical de Chihuahua, una tienda en la esquina de la Calle 14 y Niños Héroes, porque yo traía la idea de "comprarme un banjo", y ella me dijo que sabía de un lugar en donde los vendían. Obviamente el banjo costaba las perlas de la Vírgen, por lo que salí con las manos vacías, pero contento de recorrer las calles de mi tierra al lado de mi simpática amiga nueva.


Por otro lado, Quike Müller se volvió en mi primer amigo. Me parecía un personaje curioso, interesante, culto, lector, musical, sabía sobre cine y eso me fascinaba, que me arrojara el ocasional dato sobre esta o aquella película, este o aquel soundtrack. Inmediatamente me viene a la mente que fue gracias a Müller que empecé a prestarle atención a Soda Stereo, específicamente porque Enrique traía seguido la de Persiana Americana resonando en sus audífonos. Me gustaba que él se involucraba en cosas con ONGs, en clases extracurriculares como cocina y creo fotografía. Era alguien que me retaba y me llenaba de experiencias nuevas. 


El siguiente par venía en combo; Juan que andaba con Cecy, Cecy que no se separaba de Juan. Yo, hasta ese entonces poco experimentado en relaciones sentimentales, me parecía que esos dos no se soltaban nunca, era empalagoso. Hacían todo juntos, comían juntos, hacían tareas juntos, iban a la biblioteca juntos. Mientras que Cecy era una artista nata y dibujaba cosas increíbles en sus cuadernos, Juan era un ratón lector que a todas horas se le veía con algún libro en mano. Y, en su bolsillo, siempre una hackie con la que nos entreteníamos en los pasillos, en los patios, en los pastos. A todas horas jugábamos hackie y Juan, con sus converse, era el mejor de todos. Sujeto atlético y deportista, Juan hacía malabares, lograba pases increíbles, rescataba la hackie de caer al piso tras el peor de los pases de alguien más. Fue con Juan con quien más habría de disfrutar tomar clases, pues nos pasábamos mensajes, comentábamos este o aquel detalle con sarcasmo, manteníamos una bitácora de "quotes" que alumnos o maestros decían a mitad de la clase sin darse cuenta de la belleza, innecesariedad o filosofía detrás de su recién pronunciada frase (Ejemplo: Aldo formó parte de la planilla Urbano que buscaba coronarse como Sociedad de Alumnos, y en algún debate contra la otra planilla pronunció la histórica "Para su información, porque por lo visto es necesaria, ...."). Ese era el tipo de frases que Juan y yo anotábamos frenéticamente cada que alguien soltaba algo digno de inmortalizar en escrito.


Otra pareja con la que comencé a hacer amistad, más no tan profundamente, eran Edgar y Leonor. Ella toda pequeña y callada en aquellos días, y Edgar un bato enorme, tosco, pero que daba siempre buena vibra y con quien platicaba seguido sobre Lord of the Rings, tanto libros como películas. Ellos vivían su mundo raro y no era seguido convivir con ellos, pero los recuerdo como unos de los primeros en entablar plática conmigo.

Aldo, a quien también había conocido el verano anterior en casa de Arnulfo, era un tipo inteligente, popular, carismático. Todo mundo quería pasar tiempo con Aldo, y él, intentaba dar un poco de sí para todos. Estaba involucrado en muchas cosas, y por lo tanto era respetado tanto por alumnos como profesores. Recuerdo que ya desde esos días tenía su propia empresa y hablaba de su "partner", lo cual me parecía inaudito: qué sabía yo de negocios, empresas o hacer dinero en esos tiempos...  Aldo era amable conmigo al inicio, pero luego resultó que no nos caímos tan bien, al menos el primer semestre. Eventualmente se volvería en uno de mis más queridos amigos. 

Finalmente cabe mencionar a la Oveja, esa chica de la que Arnulfo llevaba enamorado más de un año y que era una personalidad. Una mujer única, culta, talentosa para dibujar y escribir. Resultaba atractiva a la vista, pero también su personalidad daba mucho qué opinar y añorar como potencial pareja. Practicaba kick-boxing y jugaba hackie con nosotros, era un deleite verla jugar. Supongo que se sentía un poco raro todo el asunto porque todos la sabíamos chica de Arnulfo, si bien ella se veía y se sentía libre de toda atadura sentimental. Tan así, que andaba con un sujeto mayor que todos nosotros, el famoso "Pepe", de quien todos estuvimos celosos en su momento. Era directa, un poco tosca en el trato con los demás y sin filtros. Se desesperaba fácilmente, pero ya que la fui conociendo más, descubrí en ella una cómplice de aventuras, de paseos por la ciudad, de noches de cine y palomitas, de música en el bocho. 


Estos fueron los primeros grandes amigos que hice recién vuelto de Metepec. Muchos más fueron llegando a mi vida en los meses siguientes, pero estos fueron los primeros en ocupar espacios en mi corazón. En poco tiempo me sentí en casa y acogido por la calidez de estos personajes, que llenaron esos semestres de risas, hackie, cine, música, paseos por la ciudad, sesiones en la biblioteca, festines compartidos en la cafetería, etcétera. Cada uno de ellos aportó algo específico a mi vida y me hizo sentir querido, y por lo mismo quería escribir estas líneas para plasmar mi agradecimiento por sus amistades y el tiempo compartido no sólo en aquellos días hace ya 17 años, sino el resto de las aventuras que continuaríamos teniendo hasta hoy día. Dice el dicho - y lo dice bien-:  quien encuentra a un amigo, encuentra un tesoro.





















viernes, 3 de junio de 2022

Charlie Baby


Se aparece en mi vida hacia mi último semestre de universidad. Un sujeto moreno, flaco, larguirucho. Sonreía de oreja a oreja, andaba generalmente algo despeinado. Era amable y generoso, siempre ofreciéndonos aventón que si al súper, al tren ligero, a los tacos El Güero ya entrada la noche. Disfrutaba con singular alegría a nuestro lado la orden de tacos con unas cebollitas, "cortesía" del Güero. Charlie era de Cuernavaca y nos alegró nuestro último semestre en incontables ocasiones. 

Por un lado a mi roomie la buscó con ojos de enamorado, me pidió ayuda para colgar decenas de manzanas del techo de su cuarto con listones que acomodó pacientemente, en un gesto por demás romántico y nutritivo. Yo tuve la suerte de grabar un breve video de Charlie colgando las manzanas, que debe estar en alguna antigua memoria empolvada. Cabe recalcar que consumimos manzanas de manera frenética durante las siguientes semanas.

Por otro lado, Charlie estudiaba una carrera que le exigía proyectos fotográficos y de creación de video, para lo cual me invitó en dos ocasiones a participar como actor/personaje de guiones escritos por él mismo. Le agradezco aún hoy día esto, porque me permitió apoyarlo con ukulele y acordeón en dos videos que, si bien no obtuvieron el reconocimiento que merecían, sí nos dejaron contentos con el resultado. Recorrí Coyoacán a su lado, con acordeón colgado en mi hombro, intentando encontrar el punto ideal para el cortometraje. A él le parecía exótico que yo tocara esos instrumentos, y le expliqué que venían de mi gusto por Beirut, al grado que eventualmente él mismo se compró un ukulele que llegamos a tocar juntos en algunas ocasiones. 

Recuerdo recorriendo las avenidas de Tlalpan en su vehículo, subiéndole al estéreo mientras resonaba "The Crane Wife 3", de The Decemberists. Íbamos a Wendy´s por unas hamburguesas después de haber grabado video en el centro de Coyoacán. Yo sacaba mi rostro por la ventana abierta y me sentía contento de tener a ese cómplice de aventuras y música, inesperada amistad que sin duda me regalaría mis momentos más memorables de mi último semestre de universidad. 

En el día a día él me llamaba Mi buen, y se refería a mi con un respeto innecesario, y yo, para aligerar la tensión, le llamaba románticamente Charlie Baby. Él sonreía con esa sonrisa que abarcaba la totalidad de su rostro y que llenaba mi alma de cálida fraternidad, y culminábamos siempre el saludo o la despedida con un abrazo apretado.



sábado, 14 de mayo de 2022

Portacoeli

 Abro la ventana, no tiene rejas ni nada, así que se siente como si el mundo de afuera entrara todo de jalón, así como la luz. Hay árboles enormes frente a mi, casas construidas claramente sin seguir lineamientos legales o de seguridad, apiladas unas sobre otras, ampliaciones que lo hacen ver todo amontonado. Siempre hay gente caminando, estudiantes, vecinos, algunos perros callejeros paseando, rascándose, olfateándose los unos a las otras. Saco mi cabeza y recargo mis brazos sobre el marco, contemplo más allá aún; la pollería del Enano, un vecino curioso (literalmente, un enano) con cuyas tijeras corta y recorta los pollos ya desplumados y los acomoda en sus estantes sin mayor protección. Las Güeras, como se les conocía en el vecindario y en la universidad, ese gremio familiar de viene-vienes que pertenecen a la misma familia y que dominan la vecindad con su presencia y su influencia. A eso se dedican: dar indicaciones a los estudiantes que no saben estacionarse, quienes la mayor de las veces vienen tarde a clases y les dejan las llaves, confiándoles sus vehículos, sus pertenencias, a cambio de alguna cuota previamente acordada. Al inicio me daban miedo, un poco de inseguridad, pero ya que me ubicaron como vecino hasta podría decirse que me protegían. No eran especialmente amables, pero como fuera eran una presencia constante y rostros familiares al volver tarde por la noche de alguna de mis aventuras en Tlalpan. 

Si me asomo hacia arriba veo el resto de mi edificio, alto, otros tres pisos encima del mío, y luego eternidad de cables de electricidad, peligrosamente cerca de mis vecinos de arriba. Y si miro abajo, la banqueta limpia y transitada seguido por los vecinos y algún perro callejero. En el piso de abajo, entrando de la calle directamente a la izquierda, vivía Jordán, un chavo de Cuernavaca que, según corría el rumor, era varios años mayor que nosotros, pero tenía cara de adolescente, al grado de que comenzamos a llamarlo el Vampiro. Era muy amable, sonriente y amistoso, a decir verdad es a quien más extraño de ese edificio, pero en aquellos tiempos que coincidimos en ese recinto no teníamos mucho en común ni pasamos tiempo juntos, pues él tenía un departamento completo con cocina y baño para él solo.

 En mi mismo piso (el segundo), justo frente a mi cuarto, un sujeto callado, poco amistoso, siempre encerrado en la obscuridad de su nido. Edgar se llamaba, creo. Estudiaba alguna ingeniería, usaba lentes, flacucho, seguramente inteligente. A la derecha de mi cuarto la pequeña cocina, una mesa con pocas sillas, un refrigerador que ni si quiera funciona muy bien y que me echaría a perder unos quesos de Chihuahua que dejé en el congelador (claramente descompuesto en algún punto sin darme yo cuenta). Al lado de la cocina el cuarto del sueco, Gustav, un estudiante de intercambio, típico rubio, atractivo, bigote y pelo facial, mascaba tabaco que apestaba. Le encantaba hablar de mujeres, de sus experiencias con las mexicanas -supongo las encontraba exóticas-. El sujeto le daba un toque más internacional y universitario a mi vida en la gran ciudad, y tenerlo por vecino de piso me llevó a compartir algunas noches de conversaciones levemente interesantes, al menos sintiendo que mi decisión de haber dejado Chihuahua traía sus frutos en términos de exponerme a gente del mundo, de fuera.

En el piso de arriba habita una chica de cabellos chinos que venía de Querétaro y con quien no platiqué jamás de nada interesante, salvo temas del baño, ya que con ella me tocaba compartirlo. No hubo nunca problemas pues ella iniciaba sus días muy temprano, y los fines de semana se regresaba a casa de sus padres. El baño, en su mismo piso, era pequeño pero me encantaba su regadera, cuya ventana asomaba a la calle del Enano de los pollos. Desde lo alto, tomando mis duchas, escuchaba música que se mezclaba con los ruidos de la vida cotidiana de allá afuera. Era un lindo espacio y recuerdo esas duchas, contento de tener una ventana por donde sacaba mi cabeza empapada.

Ya no recuerdo en qué piso vivía también Ivón, otra chica de Cuernavaca amiga de Jordán, con quien compartí clases y conversaciones en numerosas ocasiones. Los de Cuernavaca se volverían eventualmente amigos cercanos, pero como viví en ese edificio únicamente un semestre, no hice grandes memorias a su lado. Era callada, tranquila, pero de buen humor y muy amistosa. 

Un piso más arriba, en el ùltimo, vivìa Mario, norteño oriundo del mismo terruño, cuyo cuarto aparentemente era el más espacioso, con baño propio y mini cocina, tenía yo entendido. Èl se dedicaba a fumar y beber, y fuera de eso algunas veces coincidimos en la cocina y platicamos de esta o aquella persona que teníamos en común, o este o aquél lugar que extrañábamos de vez en cuando. Eventualmente Mario se hizo muy amigo del sueco, y podíamos escucharlos hasta largas horas de la noche escuchando música, echando despapaye y fumando o mascando sus tabacos. 

Mi propia habitación se convirtió pronto en mi refugio, algún mapa del mundo colgado de la pared, y otro de la Ciudad de México con el sistema del Metro para facilitar mis planes de vagabundo. Una cama, un closet pequeño, y una mesita de noche. Me las ingenié para acomodar libros y demás, y algún escritorio cuya procedencia ya olvidé en donde pasé largas noches haciendo tareas, escribiendo memorias, platicando con amigos. Mi recoveco se volvería, en la rara ocasión, cómplice de mis insolencias con la novia de aquel entonces, con quien planeara aventura y viajes. El cuarto se llenó también de música y acordes pues de las pocas cosas que llevé conmigo de Chihuahua, cabe hacer mención honorífica de mi acordeón. Supongo que yo era el vecino incómodo hasta cierto punto, el ruidajo de mi acordeón a veces por las mañanas, tardes o noches. Repitiendo canciones una y otra vez para interpretarlas mejor. Ese era yo, el vecino del acordeón. Un personaje curioso más, en ese mundo tan ecléctico y surrealista que era el edificio en la calle Portacoeli.







 




martes, 10 de mayo de 2022

Jerry "Spits"

Me cuenta Glen que de joven, él y sus amigos buscaban comprar whiskey siendo menores

de edad, y que un tal "Spits" -como era apodado-, quien era mayor que ellos y que estaba

un poco mal de la cabeza, les compraba lo que querían sin buscar nada a cambio.

Glen y sus amigos le insistían en que se comprara algo para él mismo, y decentemente Spits nunca los estafó ni nada por el estilo, por lo que siguieron haciendo esas transacciones en múltiples ocasiones.

Ya mayor Glen, con un trabajo estable y todo, notaba que cuando la gentre veía a Jerry (el verdadero nombre de Spits) se asustaban y no le hablaban, lo evitaban, y sin embargo él recordaba sus bondades de años atrás y le decía:

-Eh, Jerry! Ven, ¿quieres un café o un sandwich?

Y Jerry, quien recordaba a Glen, accedía a la invitación y se sentaban a platicar mientras compartían algo de comer. 

Resultó que Jerry y su hermano habían heredado dinero y tierra, pero por tener Jerry una condición mental, el hermano había ajustado cuentas en diferentes restaurantes y tiendas a donde Jerry solía acudir, y les decía "Denle lo que pida, anótenmelo y yo se los pago luego". 

Jerry vivía en las calles, y años después, cuando llegaba a toparse con Glen, sonreía de oreja a oreja y se acompañaban un rato contándose historias y bebiendo café.



sábado, 23 de abril de 2022

Nova Scotia


Nos detenemos a admirar toda la belleza contenida en esas formaciones rocosas de apariencia peculiar. Pisamos lo que parecieran líneas de la mano talladas en roca que han sido forjadas año tras año, durante millones de años, por las feroces aguas del atlántico que choca contra ellas y las baña una y otra vez. Admiramos de cerca los detalles, las grietas, las líneas inusuales cuya explicación científica desconocemos. Nos maravillamos ante el esplendor, duro y rocoso, que se dibuja bajo nuestros pies mientras el vaivén de las aguas se estrella a escasos metros de nosotros. Somos tan ínfimos, somos meros instantes en este mundo tan prehistórico, tan antiguo y temible. 

Este paisaje se queda dibujado en mi mente, y ahora cada que veo las líneas de mi mano, pienso inevitablemente en las costas rocosas del Atlántico, en Nova Scotia.



lunes, 21 de febrero de 2022

Out of Africa

Me quedo dormido y para cuando vuelvo a abrir los ojos no me toca ver el fin del continente y el inicio del Mediterráneo, lo cual es una lástima. África ha quedado atrás, y con ello mi año en Ghana, los amigos, la familia, las playas, la diplomacia africana, los hombres y mujeres que en estado natural se dejan llevar por el ritmo. Me da tristeza pero me emociona saberme ya más cerca de Europa, pronto veo que culmina el Mediterráneo y comienza España. Desde los aires se nota el desarrollo, las carreteras, el orden, la organización de territorios, terrenos, aquí algunos sembradíos, allá viñedos, edificios. Madrid se asoma y aterrizamos sin ningún problema; se nos avisa que hace frío y que el aeropuerto se encuentra prácticamente desierto por el paro de Iberia.

 

Nos toca recorrer el aeropuerto entero para ir a obtener las maletas, migración no me dice nada y me desea una feliz estancia. Me siento contento de estar pisando lo que durante el año llamé “Oxidante” [Occidente], en donde todo funciona, en donde estás seguro, pero inmediatamente reparo en el hecho que todo es seriedad, todo es silencio, todo es monótono, monocromo. Casi pudiera decir que me parece un lugar inhóspito: hace muchísimo frío, y aunque traigo puesto el blázer negro y una camisa de manga larga, no parece ser suficiente. Es definitivo, he dejado atrás la calidez africana en todos sus sentidos, y se extiende ante mi un frívolo Madrid. Pero Madrid, es otra historia.


-Escrito hace 9 años, al dejar Ghana-.


sábado, 15 de enero de 2022

Orgullo rarámuri

Profe rarámuri- [...] nuestras costumbres. Esto es para seguir, porque recuerda que nuestros antepasados nos han enseñado hasta el día de hoy. Este evento que vamos a tener hoy esta tarde es para no perder la cultura, que sigamos. Sabemos que es una cultura muy sana; estas carreras es algo muy sano, es para divertirnos y todo.

pues gracias y pues, eh, que esto se le quede en su menteen su corazón, que es algo muy importante para nosotros, que esto no se pierda -porque se está perdiendo-. Muchos de los niños que viven aquí no saben qué es esto, pero que esto nuevamente vuelva a renacer como una cultura, pues esta tradición viene de nuestro antepasado, nuestros hermanos tarahumaras, y esto pues que se siga amenizando, ¿verdad? Con que ustedes vayan creciendo con esa enseñanza, ya sé que mucha de las veces sus papás no les dice qué tan importante es la cultura de nosotros los rarámuris, pero es muy importante, y es algo que ustedes han visto... Lorena, ¿quién ha escuchado de Lorena Ramírez?

Niñas y niños rarámuri- (al unísono) ¡Yo!, ¡! 

Profe rarámuri - Ella ha puesto en alto el estado de Chihuahua, ¡a nivel nacional!, entonces un día ustedes también que puedan llegar a ese nivel también, ¿sí? Para eso es esto, para practicar, para que vaya a renacer nuevamente y pues yo los animo a seguir adelante con la cultura, ¡que esto no se pierda! (...) 


Transcrito tal cual fue escuchado en una carrera de arihueta en Chihuahua, Chihuahua, en noviembre de 2021...