El que busca encuentra...

martes, 24 de noviembre de 2020

Fogata

Reímos, contamos, cantamos.

Todo ello ya fue

queda tan sólo el recuerdo

de una noche alegre.


Y este fuego 

otrora incandescente

asoma apenas sus débiles brazas

sin dejarse morir.


Vi subir el humo

hacia las estrellas

como si enviáramos señas

a mundos ajenos.


 Arde una vieja fogata

-ya débil y tenue-.

Veo los carbones apenas

en la densa obscuridad.








viernes, 20 de noviembre de 2020

El frío


 Algo de ancestral tiene este frío

en el que mis huesos calan 

y mi voz se dibuja en los aires

cuando hablo, cuando río

para perderse en forma de vapor,

 por doquier.


No me es familiar, no lo domino

me encoge y me alenta

pero despierta un precario 

llamado a la supervivencia.


Sacude cada célula, cada centímetro de piel

y me enseña lecciones sobre mi infinita debilidad

-mi precaria condición de hombre domesticado-.


No puedo huirle, me rodea

me persigue y me encuentra a cada paso;

temprano por la mañana, 

y al caer el ocaso. 


Y sin embargo lo aprecio,

porque a pesar de ser terrible,

nos invita a sentirnos vivos.


Sí, algo de ancestral tiene este frío.



lunes, 2 de noviembre de 2020

Telequinesis



 Estamos sentados alrededor de la mesa redonda; tú en tu lugar de siempre, yo a tu lado derecho, y alguien más haciendo alguna otra cosa cerca de nosotros, en la sala. Noto que has estado callado y miras con intensidad una lata de coca vacía que tienes frente a ti. Ocurre en cuestión de segundos: cierras un poco los ojos como enfocando aún más tu visión, comienzan a saltarte las venas de la frente, y de modo inaudito comienza a vibrar la lata frente a ti. Estoy seguro de ello. Incluso me asomé por debajo de la mesa para confirmar la veracidad del evento, y tus piernas o tu cuerpo no la estaban tocando. 

Al terminar me comentas que es posible la telekinesis, que habías leído sobre ella hacía años y que te habías propuesto practicar con unos leves ejercicios para mover objetos con la mente. Me dices todo esto mientras que yo, adolescente imberbe, miro absorto y perplejo tu mirada profunda, tu barba blanca; mis neófitos ojos te descubren Mago. 

Y te creo, te creo cada palabra que dices y me quedo por siempre con esa imagen tuya concentrado, moviendo una lata de coca vacía: un brujo con poderes psíquicos disfrazado de mi Abuelo.



jueves, 1 de octubre de 2020

La Fiesta entre las Montañas (In Memoriam, Enrique Servín Herrera)

 

Danzantes, Melchor María Mercado


Te soñé hace poco. Estábamos reunidos familia, amigos y otros tantos en medio de un valle extenso entre montañas enormes; era tu cumpleaños y te acompañaban cientos de personas de las más diversas procedencias. Muchos habías conocido a lo largo de tus viajes y aventuras, y otros tantos habían leído tus obras, escuchado tus discursos o recitado tus poemas.

 Era una celebración digna de ti, y habías pedido que cada uno llevara puesto un vestido o una máscara tradicional de su país o cultura, por lo que el valle estaba repleto de un ecléctico conglomerado de colores, rostros, cuernos, colmillos, chales, máscaras, animales fantásticos y zapatos de diversas formas y estilos... era un espectáculo increíble, y repetías ¡Qué maravilla! con cada persona que se acercaba a saludarte -obviamente recibiéndolo en su idioma y haciéndolo sentir querido y bienvenido-. Tú mismo llevabas ropas tarahumaras al estilo de un chal, y una banda roja al rededor de tu frente.

Se te veía sonriendo y platicando con todo mundo; no te daba el tiempo suficiente para estarte con cada uno como te hubiera gustado, así que la gente se juntaba en torno tuyo sólo para sonreirte, darte palmadas en la espalda, estrechar tu mano. No hacías distinción entre razas, procedencias o credos; a todos tratabas con infinito respeto y cariño como se trata, más que a un amigo, a un hermano.

Todos celebrábamos tu presencia; unos te honraban con cantos indígenas acompañados de los profundos ritmos de tambores, otros bailaban al son de palmas que aplaudían, otros tantos contaban tus historias y tus aventuras por el mundo, y grupos más silenciosos recitaban tus poemas en diversos idiomas y con entonaciones exquisitas. La lumbre brillaba y las chispas volaban hacia los cielos provenientes de cientos de fogatas, y había puestos en donde otras personas cocinaban la comida que te había encantado doquiera que ibas, y así el ambiente era una mezcla de olores y sabores que acompañaban perfectamente ese caleidoscopio humano honrando tu vida en medio de ese valle mágico en lo alto de las montañas.

Tu festejo pasaba a la historia como tu vida y obra, como un evento digno de contarle a los hijos y a los nietos, como una de esas historias tarahumaras que no era de estos tiempos, sino de los tiempos antiguos. Era claro que habías tocado la vida de miles, y que de múltiples e inesperadas maneras nos habías enseñado algo valioso a todos allí: con tu ejemplo nos mostrabas el arte de saber-estar-en-la-vida, el deber de proteger al necesitado, y el regalo de amar al prójimo...

Descansa ahora y siempre, Guardián de las Palabras.

Enrique Alberto Servín Herrera. 1958-2019



martes, 22 de septiembre de 2020

Mi Padre y el idioma universal



Desde que tengo recuerdos, la sala ha sido en donde nos reunimos todos en torno a ella: su música. Los aparatos siempre inmaculados, siempre brillantes y listos para reproducir casettes, discos o vinilos; siempre nos ha dicho que la calidad de los vinilos es suprema, y lo ha probado en repetidas ocasiones con detalles que resultan imperceptibles en cualquier otro reproductor que no sea su estéreo, con sus enormes bocinas que facilitan el deleite musical.

Prende un cigarro, le da un par de bocanadas, y lo deja en el cenicero en la mesa. Da un par de pasos y se agacha por alguna reliquia que nos quiere compartir de su increíble musi-teca. Hemos escuchado de todo; desde su favorito Led Zeppelin, pasando por Nana Mouskori, Vivaldi, Tom Jones, Frank Sinatra, Fleetwood Mac... hasta Electric Light Orchestra, o las Tubular Bells de Mike Oldfield. Eso sí, nunca es decepcionante y siempre tiene algo que contarnos acerca del álbum, la canción o el artista. Jamás ha sido de cantar, pero sí de dirigir con los dedos a modo de "director de orquesta", o nos indica las letras que vienen a continuación en la canción y las declama cual poesía. Es todo un espectáculo sentarse con él a disfrutar de la música, a sumergirse en el mundo de los instrumentos, las letras y los acompañamientos. 

A todo esto, cabe mencionar que ningún vinilo va a ser reproducido sino hasta haberlo limpiado metódicamente por ambos lados, y luego delicadamente puesto en su tornamesa. A veces nos indica algún detalle curioso que notaremos en la canción, y otras veces es más taciturno y silencioso; le gusta disfrutar según el humor que lleva la intención de la melodía.

La histórica tornamesa hecha en Japón


Sabe tanto de la música como se puede saber, y le emociona compartir esos ratos con la gente querida. Quienes han tenido el gusto y honor de sentarse con él a disfrutar un rato de música, me permitirán la aceveración siguiente: Luis Eduardo Aguilera es un melómano empedernido cuyo entusiasmo contagia y anima el alma. Y hoy, en su cumpleaños, quería dedicarle estas pocas líneas y agradecerle que nos haya hecho seres sensibles a la música que es, junto con el amor, el único gran lenguaje universal.



domingo, 5 de julio de 2020

Darjeeling Himalaya

Tiger Hill, 2018. Autor.

Recorremos las calles de Darjeeling, en lo alto del estado de Bengala Occidental, al norte de la India, y descubrimos interesantes tiendas con manuscritos, máscaras, antigüedades y demás curiosidades regionales. El aire fresco huele a chimenea, la gente viste chamarras, chales y gorritos, y esto evoca en mi a la Sierra Tarahumara. Los locales nos recomiendan acudir al Tiger Hill por la madrugada, porque "el amanecer es espectacular y, en suertudas ocasiones, ilumina a lo lejos el Monte Everest y el Kanchenjunga" -que es la tercer montaña más alta del mundo-. 

La noche previa a nuestro ascenso dormimos apenas unas pocas horas, pues requeríamos salir de Darjeeling cerca de las cuatro de la mañana, por aquello de que los vehículos suben la cuesta pero aún así hay que seguir subiendo a pie por un rato. Cuando descendemos, estamos rodeados de una especie de bosque en tinieblas, y de las ramas de los pinos cuelgan coloridas banderas budistas; amarillo, azul, blanco, rojo y verde, pero no nos detendremos allí sino hasta más tarde. 

Ya una vez en la cima del Tiger Hill, algunos locales venden té que sirven en pequeños vasos de papel, y tras beber uno, subimos a las escaleras y gradas que están comenzando a llenarse de gente de las más diversas procedencias: es como si el amanecer nos llamara a todos con su llamado prehistórico, independientemente de nuestras creencias, a admirar la luz que surge cada día por encima de un mar de nubes obscuras, iluminando el valle y coronándose en los Himalayas. 

La emoción es grande, comenzamos a ver que se dibujan colores más claros a lo largo del horizonte, pero escuchamos rumores de que las condiciones no son las ideales, y que el Everest y el Kanchenjunga no podrán ser admirados en esta ocasión. Algunos individuos meditan, otros admiran en silencio la vastedad que se extiende ante nuestros ojos, y otros tantos practican su fotografía y preparan para la explosión de luz. El sol se va asomando por entre las nubes, y la escena que se despliega ante nosotros es digna de pinturas y cantos, pero a cada uno le llega de modos personales e íntimos. 

Y así, sin realmente poder creerlo, nos damos cuenta de que estamos en presencia de la grandeza del mundo, en lo alto de los Himalayas de la India, en donde el sol despierta una vez más, como lo ha venido haciendo desde millones de años, despejando la obscuridad y coloreando las nubes y las montañas inmemoriales ante los ojos maravillados del hombre.

jueves, 4 de junio de 2020

El cardenal rojo

Miramos juntos afuera de la ventana,
el jardín se extiende generoso y verde.
¿Cuánto tiempo llevamos aquí en este limbo?
 Ya no lo sé, perdimos la cuenta hace mucho.

Más allá de los pastos se alza un bosque magnífico,
lleno de vida.
Los zorros hicieron en él su morada,
y tuve la suerte de verlos sin que me viesen.

Y así, una mañana en lo que discutimos planes,
un cardenal rojo intenso vuela frente a nuestra ventana,
posándose en ramas, en una fuente.
Dejándose ver por segundos apenas.

Con todo su esplendor
nos ilustra que hay belleza en cada ser.

Y con toda su velocidad
 nos recuerda lo fugaces que son
la vida y sus momentos.


martes, 21 de abril de 2020

Floored

Cruzo la Ortiz Mena a pie (sintiéndome un intrépido con mis escasos 11 años) cuidando que los cientos de  pájaros postrados en los en-ese-entonces existentes árboles no me bañaran de caca, y entro a lo que en aquel entonces era conocido como Grandalia -el centro comercial más moderno del Chihuahua de los noventas. 
Paso por la tienda de mascotas en la que habían construído un como mundo jurásico y que olía muy fuerte, y le doy una hojeada a algunos libros de Julio Verne en la librería La Prensa. 
Me sigo derecho hasta la tienda de discos cuyo nombre ya no recuerdo, ¿Discorama?, y me emociono sólo de ver algunas portadas llamativas de discos absolutamente desconocidos y que me encantaría comprar. Pero tengo muy claro el objetivo del día: escuchar el disco Floored, de Sugar Ray, que contiene la increíble "Fly", y que literalmente me hacía sentir vivo, ligero y libre. 
Finalmente salgo de la tienda ingrávido, atolondrado, contento y sintiendo que todo es posible, y que a mis once años he encontrado el soundtrack de mi preadolescencia. 

martes, 14 de abril de 2020

Salve, Marthona

Martha Meneses, primera de derecha a izquierda, D.E.P.
Se ha ido una Grande. Se nos adelanta una increíble persona que estaba llena de vida, de puntadas, de conocimientos, de aventura y savoir vivre. Disfrutaba del buen cine, compartíamos un gusto por el cine de Fellini, y pude regalarle una edición especial de Amarcord que disfrutó en compañía de sus gatos -por quienes daba la vida-. Era culta, incluso me hablaba a veces en italiano o en francés, y con cariño abría o cerraba sus correos hacia mi con un "grazie, Grande Mago", o "Federico Jr."; era ella quien estaba llena de magia y originalidad; había sido sobrecargo durante muchos años de su vida, y había visto el mundo, había probado los sabores, había amado a los hombres y se jactaba de ello y más. Nada de delicadezas, todo con una sinceridad y una genialidad únicas. 

Martha era su nombre, pero ella misma me dio la razón un día que le dije que merecía un apodo fuerte, que denotara su cualidad de mujer independiente y de carácter fuerte: me dijo que le llamara Marthona. Así le dijimos algunos amigos y yo por el resto del privilegiado tiempo que pudimos compartir con ella. En una ocasión acudí a su lugar para que me explicara un caso, y noté que portaba una pulsera bastante particular y llamativa decorada con un elegante pene dorado. Hice una observación al respecto y Marthona, sin el menor signo de vergüenza, me dijo "Ah sí, ayer fui a una despedida de soltera y me gustó mucho cómo se me ve la pulsera..." Y añadió aparte algún comentario que hacía entender que el miembro masculino y ella habían sido muy buenos amigos a lo largo de décadas previas. 

Era cariñosa una vez que dejaba de lado el sarcasmo y tono socarrón, y anhelaba poder jubilarse pronto para viajar un poco más y comprarse una casa en su querido Colima. Le agradezco que nos haya regalado tantos ratos de risas y puntadas, y que nos haya demostrado con su modo de vivir que la vida se nos va en un instante; con suerte le aprenderemos ese modo singular de sacarle jugo a la vida y que nos valga madres lo que el resto pueda pensar.

Salve, Marthona, descansa en dondequiera que estés.

Coronavirus

Este año 2020 se va desenvolviendo poco a poco -y a la vez fugaz- con altas y bajas, buenas y malas. Estamos en medio de una pandemia (Coronavirus-COVID19) que, de la noche a la mañana, transformó la faz de la tierra y las relaciones entre humanos; impuso medidas drásticas, cerró fronteras y puso a todos en un estado de miedo e incertidumbre. Hoy que escribo esto, han sido confirmados 1.94 millones de infectados a nivel mundial, y han muerto cerca de 124 mil personas. Pocas respuestas, demasiadas preguntas, cuarentenas y calles vacías, en fin, todo un nuevo escenario mundial que se despliega ante nuestros preocupados ojos. 


lunes, 16 de marzo de 2020

El Álbum Negro

Familia Llorente Luján y amigos.
Mi bisabuela Concepción, segunda de derecha a izquierda, sentada.

Tiene muchos años que yo había descubierto en casa de la abuela Elena viejas fotos, revistas, timbres postales y otros libros cuyo contenido desconocía, pero que tenía la sospecha que contendrían cosas increíbles. Algunos los metí muy al fondo de unos cajones, esperando algún día acordarme y escarbar entre polvo, papeles y olor a años para reencontrarme con los tesoros. Y hace unos meses, durante mi última visita a casa de la abuela, me puse a husmear dentro de muebles a diestra y siniestra, hasta que aparecieron algunas viejas revistas en las que había publicado mi tío Enrique, y un Álbum Negro -lo mayusculeo por la importancia y valor de su contenido- que nunca tuve oportunidad de hojear, y que sin embargo me dejó con la boca abierta y más que extasiado. 

El Álbum Negro, carcomido por el tiempo y en condiciones poco menos que óptimas, contiene entre sus páginas fotografías familiares históricas, ya que un par de ellas fueron incluso tomadas en los últimos años del siglo XIX (1890s). La gran mayoría de las fotos fueron tomadas entre 1910-1930, y cuentan la historia de Ana María Llorente, hermana de mi bisabuela Concepción, y su esposo Lauro Canuto Álvarez. Mucha de la información que yo poseía sobre ellos la había obtenido haciendo genealogía en diversos sitios, pero ahora con estas fotografías he ido ilustrando su historia poco a poco, recorriendo el viejo hogar de mi Tatarabuela en Gómez Palacio, Durango, pasando por la en-ese-entonces- pequeña Ciudad de Chihuahua, y emigrando a Texas, y California en los Estados Unidos. 

Lauro Canuto resultó ser un fotógrafo empedernido y fructífero, viajando con su cámara entre México y los Estados Unidos durante varias décadas, dejando atrás una importante colección fotográfica de bastante calidad. En el Álbum Negro, cuyos contenidos he decidido llamar "Archivo Fotográfico Álvarez-Llorente", se dibuja el México en desarrollo gracias al ferrocarril, he visto bosques ya hoy desaparecidos, la exquisita forma de vestirse de las familias de antaño, la simpleza del modo de vida reflejado en días de campo, paseos por los ríos, y algunas puestas en escena caseras en donde claramente la familia disfrutaba disfrazarse y entretener. 

No puedo expresar lo valioso que ha sido para mi rescatar esas fotografías antes de que el álbum fuera destruido por el tiempo o el mal manejo de objetos históricos, pero al menos he podido rescatar y digitalizar la colección fotográfica de Lauro Canuto Álvarez y Ana María Llorente, dándome por resultado más de quinientas fotografías en blanco y negro y sepia, que cuentan historias tiempo atrás olvidadas, y que espero, poco a poco, poder descifrar para darles sentido y voz. 


El Álbum Negro
  
Las hojas dañadas y putrefactas, pero las fotos intactas

Cientos de fotografías esperando ser descifradas

    





miércoles, 4 de marzo de 2020

Recuerdo de una tarde en Huatulco

Mi hermano, mi madre y yo. Huatulco, 1995 (?)
Era la primera vez que saldríamos de viaje en familia. Nos íbamos a quedar en un hotel de lujo llamado Omni Sachila, donde nos recibieron con jugos exóticos en una recepción abierta que tenía vista a las enormes albercas y al mar. Mi padre había rentado un Jeep, y emocionados todos nos subimos al vehículo descapotable y comenzamos la aventura. 

Manejó por las calles de Huatulco como si las conociera, y nos hizo el gran favor a mi hermano y a mi de poner el disco de "The Lion King" en el reproductor; y allí vamos, la familia Aguilera Servín escuchando esos ritmos increíbles de Circle of Life con los cantos introductorios en Zulu -Nants ingonyama bagithi baba -, mientras todo parece bañarse de luz con ese sol del atardecer en las costas de Huatulco.

Subimos por las empinadas calles en ese poderoso vehículo, y en un momento dado mi madre le pide a mi padre que se detenga al lado de la carretera para bajarnos a disfrutar del atardecer. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos allí, pero la música seguía decorando el panorama mientras el sol hacía de las suyas dibujando un camino de luz sobre las aguas del océano Pacífico.

Esto sucedió hace ya unos veinticinco años, pero aún recuerdo el cálido sol y la refrescante brisa mientras en familia detuvimos el tiempo unos instantes para disfrutar de Huatulco desde lo alto.




lunes, 3 de febrero de 2020

Denis Vermeulen

On a eu de la chance, mon ami, toi et moi, nous étions si contents de finalement laisser l´anglais de coté, et commencer avec quelque chose de nouvelle, un vrai défi: le français. Pour moi, la langue française avait toujours fait parti de la famille maternelle, même si ce n´était que des mots occasionnels, des petites phrases simples genre "Je m´appelle"..., phrases que, il faut dire, ma grand-mère m´apprenait avec passion et intensité. Mon oncle, lui aussi, cherchait à me transmettre un peu de son amour pour la langue de Molière, la langue de Verne et Rimbaud. 

Et aujourd’hui´hui, tant d´années plus tard, je leur remercie énormément bien sûr, mais je dois faire mention d´un personnage excentrique et curieux, le premier français qui a vraiment touché ma vie et qui a tout bouleversé: Denis Vermeulen. Cet homme n´a même pas un nom très français, et si je me rappelle bien, il venait du nord de la France (Lens?), mais il fut notre premier professeur de français ; un français qui est arrivé dans nos vies pour nous apprendre pas seulement la langue, mais la façon de vie, les petites merveilles du mode de vie français. Mon meilleur ami et moi, nous voulions tout apprendre, tout répéter, tout saisir. Ce personnage nous parlait en français rapide, sans pitié, sans s´arrêter  ou ralentir... TAK!:

-   BonjouggtoutlemondejemappelleDenisVeggmeulenetjesuisvotggepggoffeseuggdefggancais....

Merde! qu´-est-ce qu´il était difficile de comprendre ce qu´il nous disait! Il se moquait de nous peut-être, mais maintenant je comprends pourquoi il faisait ca: personne n´allait vraiment apprendre la langue (n´importe quelle langue, il faut dire) s´il allait tout doucement, il fallait se lancer tout de suite, directement, comme si l´on allait nager et on s´arrêtait devant la piscine pour toucher l´eau...voir si ca nous convient ou pas. NON! disait Denis, si vous avez des questions, vous levez la main et vous essayez en français.
Il a écrit sur le tableau:  yo = je , tú =tu.... AEIOU, ba be bi bo bü (il était intense concernant la correcte prononciation des voyelles, et nous expliquait que le français est une langue très nasale aussi). 

Je me souviens bien, un jour nous sommes arrivés tôt le matin (la classe commençait a 7heures du matin), et il faisait froid. On était tous gelés, assis mais toujours portant nos vestes, et le voilà Denis Vermeulen, très masculin, barbu, avec cet air inexplicable et absurdement français avec ce je ne sais quoi, bref, qui arrivait et déposait son veste sur la table, et qui nous obligeait a nous débarrasser des nôtres, et nous montrait comment générer un peu de chaleur en frottant nos bras avec nos mains.

Chaque jour il nous partageait quelque chose de nouvelle, et qui commençait, petit à petit, un feu brulant dans mon âme. Je voulais apprendre davantage, pratiquer plus, apprendre plus. Les chansons qu´il nous montrait, des étendards absolument français... chanson française, comme La vie en rose, de Piaf; mais aussi quelque chose de plus sympa, plus moderne et bohème comme La Rue Ketanou, et même l´innocence de la Brave Margot, par Brassens. C´était lui qui m´a parlé du film Les Choristes pour la première fois, et finirait par me recommander plusieurs d´autres films que j´avais hâte de regarder. C´est grâce a lui que j´ai voulu continuer les deux semestres prochaines avec français II et III (Bernard Gottofrey et Ana María Ramírez), et finalement j´ai décidé de partir un an en France, vivre chez ma chère famille Bouchardeau (ma famille française, celle qui m´a ouvert les portes de leur maison, et finalement montré ce qu´il voulait dire être un français, vivre tel qu´un, et en rester un dans mon cœur).

Je voulais juste parler de lui, ou qu´il soit, pour lui remercier toutes ces choses grandioses qu´il nous a offertes: la passion pour une culture nouvelle et différente, cette façon très française de vivre la vie et n´en avoir rien a foutre de ce que les autres pensent. 
Il a laissé en moi, sans doute, une lumière dorée qui brille sans fin tout au bout du chemin...

jueves, 16 de enero de 2020

La Maldición del Niño Fidencio

Aquella era la primera vez que visitaría un rancho como tal, y llevaba la emoción atolondrada porque era de mi padrino y su familia. El pueblo se llamaba San Miguel de los Anchondo, y me habían contado historias, algunas más ciertas que otras, pero en general era más el hecho de finalmente tener una experiencia tan... terrestre, campirana. Yo sabía que habría cosas que no me gustarían, como eso de la cacería, o lazar animales, pero iba emocionado por muchas otras cosas como caminar por los montes, por los llanos, beber agua fría de pozo, mirar el cielo estrellado por las noches y salir a lamparear liebres y otros animales nocturnos. Estábamos allí para celebrar la llegada del nuevo milenio, el esperado año dos mil, y si bien la noche del 31 nos hacía ilusión a muchos, yo sólo estaba agradecido de compartir tiempo con una familia tan querida, en un paisaje ranchero, y con ganas de que nos pasaran muchas aventuras. 

Fueron días fríos, salir a darle de comer a los animales, ir a conocer la otrora refrescante presa -en aquellos días seca-, jugar juegos de mesa, caminatas y exploración con mi hermano, y por las noches contar historias macabras. Una de ellas, la que mi padrino Ricardo nos contó con más ahínco, era la de un inocente niño que había fallecido décadas atrás allí mismo en el rancho, hijo de alguna familia ya olvidada de trabajadores, y que tuvieron la mala suerte de perder a su hijo por alguna causa que ya no recuerdo. Su nombre era Fidencio, y mi padrino aseguraba que había habido experiencias de ultratumba causadas, según la creencia popular, por una infame maldición que aquejaba a todo aquel quien visitara el panteón del rancho, situado a escasos minutos en carro de la casa principal.

Una buena noche, todos emocionados y probablemente aterrados por lo que nos pudiera esperar, mi padre, mi padrino y los niños fuimos a visitar el panteón con linternas como único medio de iluminación. Cabe mencionar que, como en todo rancho, había ciertas zonas que estaban cercadas, por lo que alguien del vehículo tenía que bajarse a abrir los portones reforzados con alambre de púas, y así seguir la ruta hasta el panteón. Ya eso daba miedo; ver a mi padre iluminado sólo por las luces del vehículo, bajarse de éste con la negra noche rodeándolo, y temiendo yo que algún animal o creatura apareciera de entre las penumbras y lo desapareciera.

Llegados al panteón, mi padrino parecía conocer la localización de la tumba del Niño Fidencio de memoria, así que nos fue guiando con linternas por entre lápidas rotas, matorrales espinados, y hierba seca y gélida:

-Aquí está- dijo deteniéndose en seco y deleitándose en pronunciar lenta y claramente las palabras, apuntando la luz de su linterna directamente a la lápida que yacía debajo de él.

-¡Ay no papá qué miedo! ¡Vámonos! -dijo Cecilia-, hija de mi padrino y notablemente consternada.

Yo me acerqué lentamente, intentando no tropezarme con rocas y matorrales crecidos, y pude ver claramente una lápida abandonada y triste que leía "Niño Fidencio", con sus años de nacimiento y muerte, que hoy ya no recuerdo. La fría noche nos ponía los pelos de punta, tal vez un poco por la macabra aventura que estábamos viviendo, y mi padrino recordaba la vieja maldición haciendo voz de espanto y dejándonos un poco paralizados a mi hermano y a mi, y ni se diga a sus hijas.

Tras unos minutos el grupo siguió avanzando, y yo me quedé con una linterna alumbrando la solitaria tumba, hasta que noté que mi padre ya se había adelantado. Aceleré el paso cuidando no pisar en falso, pero olvidando mirar hacia enfrente por si había ramas que pudieran hacerme daño en el rostro; el Niño Fidencio lanzó su inclemente maldición desde el más allá, pues apenas di unos pasos y ya me había herido el ojo derecho con una rama espinada que, yo juro, pinchó mi alma a través de mi ojo. No podía abrirlo, me ardía hasta la chingada, me sentí vulnerable y me solté a llorar, pidiendo a mi padre que volviera (y me protegiera, sin decírselo).

Mi padrino, bromista y juguetón como era, pero tras haber asegurado que mi ojo "iba a salvarse", siguió insistiendo con su voz de terror:
- ¡Ahhhh, la maldición del Niño Fidencio! ¡Uuuuuy! ¡Mua-ja-ja!

Y si bien yo no estaba para bromas, continué el resto del camino de vuelta al vehículo inmerso en mis miedos, ponderando si sería posible que la maldición fuera real, pues yo creía haber perdido la vista por siempre y para siempre. Incluso recuerdo haber intentado comunicarme con Fidencio, a través de la oración,  implorando perdón por haber perturbado su inmaculado sueño.

De eso ya hace veinte años, y es así que mi ojo derecho nunca volvió a ser el de antes.