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viernes, 17 de diciembre de 2021

La Acordeonista de 1945

Ya me había contado Sandy sobre ti. En alguna ocasión que salió el tema de la música, y por ende del acordeón, me dijo que qué increíble casualidad, puesto que tú también habías tocado toda tu vida dicho instrumento. Me dijo también que lamentablemente, debido a tu artritis, habías dejado de tocar años atrás, pero que todavía de vez en cuando se te veía mover los dedos como si estuvieras tocando alguna canción en los aires. Yo me había imaginado tus previas décadas animando las fiestas y los lugares que visitabas con tu música, con la pasión que aparentemente te había alimentado toda la vida. 

Esa tarde, en la fiesta de jubilación de Sandy, me presenté una vez más y te dije que era el mexicano que había trabajado con tu hija en la tienda, aquel que tocaba el acordeón... tu emoción se hizo visible y tácita y de inmediato te cambió el rostro a aquel de una joven vigorosa y musical. Tuvimos la oportunidad de platicar contigo en vivo y en directo, y fue el momento más memorable de esa fiesta. Nos regalaste un rato de plática emocionante y conmovedor en el que nos transportaste tan atrás como la Segunda Guerra Mundial, describiéndonos la emoción de la gente al haberse terminado la guerra y saliendo todos a las calles de Toronto con infinidad de instrumentos y con el simple afán de hacer música, de celebrar, y así habían hecho tus hermanos y tú misma con tu acordeón.

Nos dijiste que te iniciaste por allí de los 7 años, y que mientras tus amigas cargaban con sus juguetes o muñecas a todos lados, tú más bien llevabas el pequeño acordeón de casa en casa, a los parques, a las comidas familiares, a las fiestas de tus amigas. Nos compartiste que con el paso de los años llegaste a ser, si no virtuosa, por lo menos sí suficientemente buena para tocar de oído la música que te encantaba; un tal Dick Contino, estadounidense de origen italiano que te fascinaba con la rapidez de sus dedos al deslizarse por su instrumento.

Como yo jamás había escuchado hablar de él, lo busqué ipso facto en mi celular y puse play al primer video que me arrojó Youtube; lo puse cerca de tu oído y te acercaste más a mi, a modo de que tu cabeza se reclinó con la mía mientras escuchábamos esa canción grabada en 1950 y que tarareabas emocionada y melancólica. Fue un momento bellísimo, me lo regalaste sin darte cuenta y ahora atesoro tus dedos afectados por tu artritis moviéndose de modo veloz al son de la música de Contino. Nos transportaste a 1950 tú, no él, sino tú, Acordeonista, con tu tarareo y tu tocar veloz del acordeón imaginario...

Al terminar la canción me dices conmovida y emocionada, Thank you!, y yo sólo puedo responderte que al contrario, gracias a ti por regalarme esa joya de momento. Atinas un final comentario cuando dices que la música no es "a part of you; it´s who you are". Eso eres tú, a tus cerca de noventa años, sigues siendo música, sigues siendo la Acordeonista de 1945, y por siempre voy a llevar conmigo este momento que nos regalaste setenta y seis años después de aquel día que saliste a celebrar el fin de la guerra con la música de tu acordeón.




 

viernes, 1 de octubre de 2021

Iwiká - Espíritu

Iwiká.                                                            El Espíritu.

Mápu ne bowichí inálo                              Cuando voy hacia el pueblo

Napisó pé napisó bi ju                                el polvo es tan solo polvo

Ba´wí  pé ba´wí bí jú                                     el agua es tan solo agua

A´lí ko eeká pé eeká bí jú                           y el viento es tan solo viento

 Nóli be mapua´lí wé´érali ne awí          pero cuando danzo en piso de tierra

A´lí kayaní napisó                                          y levanto el polvo

Echi napisó ko                                                entonces el polvo

Kéti anayáwali sa´páala jú;                       es la carne de mis antepasados

Echi ba´wí ma´pu ´mawá komichi           y el agua cristalina que corre

Kéti wichimóba lalá jú;                               es la sangre del mundo;

A´lí   eeká kó                                                    y el viento

Kéti retémali  iwikáala jú.                          Es el espíritu de mi pueblo.


Martín Makáwi, Poeta Rarámuri.


viernes, 24 de septiembre de 2021

Veinte años después

 Era una mañana común y corriente. El único compañero que estaba allí sentado en las bancas esperando a que las maestras nos dejaran pasar a los salones era Abraham, quien en aquel entonces no era mi amigo aún. Él siempre estaba allí mucho antes que el resto porque llegaba en un transporte escolar especial, y viviendo lejos, supongo que tenía que resignarse a esperar con paciencia con las usuales temperaturas bajas de Metepec a esas horas de la madrugada -y la usual niebla que me parecía mágica a mis trece años de edad, recién llegado de Chihuahua-. 

Habremos tenido un par de clases esa mañana, no recuerdo ya cuales, y para la siguiente clase, Matemáticas, con la Miss Aboites, parecía que las cosas se desenvolverían en su usual lentitud y peso. Por alguna razón esa clase me resultaba mucho más difícil que las otras, y tal vez era un poco la manera en que la maestra intimidaba con sus humores, sus temperamentos y sus innuendos a muchos otros chicos de la clase. 

No fue una clase usual, la maestra llegó informándonos que había ocurrido un accidente en Nueva York; que aparentemente un avión se había estrellado contra una de las torres del World Trade Center, y que en un "esfuerzo por acudir a ayudar", un segundo avión o avioneta se había estrellado en la otra torre. Obviamente fueron noticias que despertaron la curiosidad y hasta el humor de algunos compañeros porque, a como lo había pintado la maestra, ¿cómo era posible que un avión de rescate se fuera a estrellar en la otra torre? Estábamos tan equivocados. 

Los recuerdos de ese día se confunden ya con tantos años, pero creo que en algún punto nos permitieron ir al salón de usos múltiples -que era en donde estaban las únicas televisiones de la secundaria-, y los maestros pusieron las noticias. Eran imágenes fuertísimas y generaban un miedo y una sensación de vacío, incluso en nosotros chamacos de trece o catorce años. Se veía a algunos maestros compartir opiniones en voz baja, y en el ínter todos nosotros observábamos perplejos las escenas repetidas una y otra vez. 

Una vez más, no recuerdo si fuimos enviados a casa a media mañana, pero me veo claramente ya en la sala con mi madre y mi hermano mirando absortos los diversos canales de noticias; en aquellos días teníamos Sky, que permitía acceso a los canales estadounidenses, y eso nos expuso a comentarios cargados de angustia, otros tantos declarando que "America was under attack", y muchos otros más pidiendo humanamente por las víctimas, sus familias y los elementos de rescate arriesgando sus vidas por intentar salvar algunas cuantas de entre los miles atrapados en ambas torres. Esas imágenes de gente atrapada y asomándose de las ventanas, del sitio del impacto, otros tantos saltando al vacío, todo eso me generó un dolor ajeno indescriptible y terrible. 

Fueron semanas enteras de ver eso en televisión y periódicos, de comentarlo en clases, de irnos alimentando de lo que decían los medios de comunicación: vinieron los conceptos de terrorismo, de Al-Qaeda, el nombre de Osama Bin Laden, entre otros. El mundo se sentía vulnerado por los ataques del 11 de Septiembre de 2001 que vinieron a cambiar la faz de la tierra, las relaciones entre países, la vida de miles de víctimas: el mundo sintió terror.

Veinte años después vemos una serie en Netflix que profundiza en lo sucedido, en escenas nunca antes vistas, en audios de las víctimas despidiéndose de sus familias desde los aviones, entrevistas de gente que ayudó y que se salvó de milagro. En mi alma se dejó sentir un vacío muy profundo que no recordaba que existía, porque sí, cada año se rememora con tristeza lo sucedido, pero creo que habíamos aprendido a vivir a pesar de ello, mencionarlo como algo ocurrido y superficialmente sanado. No es así, me vino el mismo miedo de hace veinte años en el que corría el rumor de que comenzaba una tercera guerra mundial, me vino a la mente el recuerdo también de que se rumoraba que existían ataques de Anthrax, y ese temor de que el mundo podría acabar si los Estados Unidos iniciaban esa guerra en contra del terrorismo. En fin, mi yo adulto recordé a mi yo pre adolescente, temeroso e inseguro, siendo expuesto de manera indirecta a una guerra que podía, potencialmente, acabar con todo lo bello en el mundo y que yo amaba en aquellos días.



En memoria de todas las víctimas de esos ataques, sus familiares y todos los héroes que dieron sus vidas por salvar otras tantas.


miércoles, 22 de septiembre de 2021

Dr. Pepper

Eran los tiempos de laborar en la tienda. En una ocasión, poco ocupados por todo aquello de la pandemia, discuto la bebida Dr. Pepper con un sujeto rubio que se acerca con un andar peculiar, y que trae puestos unos pantalones deportivos (pantalonera) que dejan entrever la silueta de su pinga. Ya a unos pasos de mi le digo amistosa pero tajantemente:

-Best drink in the world.

-You got that right! I just introduced my dad to it the other day.

-I grew up in Mexico without having access to it -le respondo-, and now I'm in paradise!

-Woah there -me espeta como si fuera un asunto de seriedad- don't go too crazy on that thing!





jueves, 11 de febrero de 2021

Gurleen Singh Anand

Savita, Puneesh, Sarika, Gurleen, yo, Astha y Rajesh

Recién llegado al Alto Comisionado de Canadá en India, una de las primeras personas que me tocó tratar fue un señor de corta estatura, barbón, usaba su turbante y de un físico "tosco". Todas las mañanas, más temprano que qualquier otra persona, Gurleen estaba ya sentado dándole al trabajo, buscando nuevas formas de mejorar nuestros métodos, verificando datos, leyendo noticias. Al principio me pareció serio de más y poco amigable, pero con el paso del tiempo me fui dando cuenta de que era alguien cálido, risueño, inteligente y amistoso.


Mis momentos más memorables a su lado serían los coffee breaks, en donde nos pedíamos nuestro té chai, elegíamos una mesa cualquiera. y nos contábamos historias de la vida, comentábamos las noticias internacionales, la idiota política de Trump, y alguna vez intentó convencerme de interesarme por el cricket. Gurleen bebía su té caliente y sopeaba en él sus galletas tradicionales que le hacían tan feliz; siempre con una sonrisa quasi infantil me compartía un par de galletas (quería siempre darme más), y sopeábamos juntos en el té... ésa es la imagen más clara que tengo de mi buen amigo de la India.


Hoy me han compartido que ha fallecido, y espero que vaya y se reencuentre en paz con sus ancestros, de quienes estaba tan orgulloso. Gracias por las memorias Gurleen Singh Anand, un hombre a simple vista duro como su rostro, pero por dentro dulce como el té que bebimos en innumerables ocasiones.


lunes, 25 de enero de 2021

Llueven alfileres

Caminamos por la playa lado a lado,

tu mano en la mía y los ojos nerviosos

viendo a lo lejos la tempestad que acerca,

con vientos fuertes, las nubes obscuras.


Caen gotas veloces sobre nosotros,

-alfileres, pensamos-

pero seguimos andando hacia quién sabe dónde

porque el momento así lo invita.


Retumban más cerca los truenos

y una amistosa perrita sarnosa

nos acompaña fielmente

hasta que decide buscar refugio.


El océano inclemente se acelera

(los alfileres caen con más fuerza)

y sin soltarnos las manos,

sonreímos y con una simple mirada 

acordamos dar por terminada

nuestra caminata por las playas de Goa.






miércoles, 6 de enero de 2021

Cerocahui

 Mi padre va conduciendo de modo veloz porque vamos tarde; mi madre va checando en su bolsa si trae el dinero, los boletos, los rollos para la cámara que compró específicamente para ese viaje, entre otras cosas. Mi hermano y yo, de 4 y 7 años respectivamente, vamos emocionados porque es la primera vez que nos subiremos al tren, en nuestro imaginario infantil profetizamos un viaje fantástico hacia las montañas de Chihuahua. El nombre Cerocahui no nos dice mucho, pero mi madre nos había dicho que era territorio Tarahumara y que estaba en las profundidades de la Sierra de nuestro querido estado. 

Ya que llegamos a la estación del Chepe (Chihuahua-Pacífico), mi padre nos acompaña hasta el andén en donde vemos por vez primera la enorme máquina principal, los vagones inmensos, la gentre subiendo ayudándose de unos escalones que en ese entonces parecían altísimos. Abrazamos a mi padre, que no nos acompañaría, y subimos con mi madre a nuestro vagón, en donde tomamos asiento y vemos en la ventana el joven rostro de mi padre sonriéndonos. El Chepe silba con estruendo su seña de que partimos, y empieza a moverse todo... mi padre va quedándose atrás mientras nos dice adiós temporalmente.

Cerocahui es un pueblo en medio de las montañas, el aire es fresco, corren ríos y cascadas cercanas y las formaciones rocosas son increíbles. Nos quedaríamos con mi madre en un hotel llamado Parador del Oso, en donde no había electricidad y las habitaciones se iluminaban únicamente con velas. Recuerdo el olor a madera y a frío, el agua gélida que salía de la regadera y el rostro contento y emocionado de mi madre mientras nos lleva a descubrir majestuosos rincones de la Sierra Tarahumara.