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miércoles, 29 de agosto de 2018

Recordando al Abuelo


Hace un par de noches tuve un sueño en donde mi amigo y yo le dábamos un susto a mis abuelos paternos (qepd); venían llegando del súper, y mientras bajaban las bolsas del increíble Dart azul 1989, nosotros nos acercábamos sigilosamente para saludar, sin querer haciéndoles pensar que iban a ser asaltados. Mi amigo abrazaba a mi Abuela Tete, y yo me dirigía a los brazos del Abuelo, sonriéndome a través de su poblada barba blanca y su mirada orgullosa y cariñosa. Le decía que me daba mucho gusto verlo, que se le veía bien. No recuerdo si él me decía algo, pero su abrazo apretado y su beso en la mejilla me llenaban de tranquilidad. 

Curiosamente al despertar vi que un tío había "dado like" a una de las últimas fotos que le tomé al Abuelo en su querido pueblo de Santa Isabel (otrora General Trías como él bien me contó alguna vez), caminando al lado de las vías del tren, en el puente que pasa sobre el río Santa Isabel. Me sorprendió y me pareció extremadamente curioso, pues esa foto tiene en el internet más de 4 años, cuando falleció. Toda la familia (o casi toda) le dio like a la foto en su momento, pero precisamente esa noche que venía yo de soñarlo, ese tío a miles de kilómetros de donde estoy, decidió por alguna razón misteriosa darle like. Para terminar de añadir coincidencias curiosas, resultó que el cumpleaños del Abuelo era un día después de haberlo soñado: de los 365 días al año que tengo para soñar cosas, sueño al abuelo 1 día previo a lo que hubiera sido su cumpleaños número 83. 

No puedo decir con certeza que yo no tuviera idea que iba a ser su cumpleaños pronto, porque en realidad soy malo con muchas fechas tanto de familia como de amigos, pero sí puedo decir que la vida nos pone en circunstancias especiales que nos llegan a tocar el alma de modos peculiares. No recuerdo la última vez que celebré su cumpleaños en vida, pero él vino a visitarme a cuatro años y medio de haber dejado la tierra. Siempre tuvimos un vínculo muy especial a través de los libros, de los escritos, de la cultura, de Santa Isabel. Tuve la gran suerte de haber sido su primer nieto, y por ende "el consentido", que si bien a mi no me gusta admitirlo (y ellos lo negaban), me acercó mucho a ambos en vida, y colecciono muy bellos recuerdos con cada uno de ellos en lugares diversos. 

Puedo con claridad total entrar a su casa, silbar la vieja tonadita que él acostumbraba hacer (como de "subidita") para ver si se encontraba en casa, y obtener por respuesta la misma tonada que él lograba con perfección. Subir las múltiples escaleras no significaba nada, tenía curiosidad y emoción de saber qué estaba haciendo en el último piso, "el estudio". Por muchos años dibujando y diseñando, ya en los últimos años más bien leyendo y subrayando textos: le aprendí esa maña y hoy día mis libros y mis revistas muestran asteriscos y subrayados enigmáticos en las frases o escenas que me hablan de manera especial, tal vez como a él le ocurría con sus lecturas. El beso en el cachete, el abrazo cariñoso, comentar alguna noticia o novedad y husmear entre sus miles de libros y revistas mientras él terminaba o acomodaba lo que había estado utilizando. 

También cabe recordar que al marcar el teléfono 11-19-21 -posteriormente añadiendo el molesto 4 por lada de Chihuahua- su voz sonaba al otro lado del auricular repitiendo los tercos números eternamente tras haber aclarado su garganta: once diecinueve veintiuno. ¡Qué peculiar forma de contestar el teléfono! ¿De dónde la sacó? Puedo también verlo celebrar anotaciones de sus equipos favoritos en la televisión cerrando el puño de la mano derecha, doblando el brazo enfáticamente como boxeador y diciendo "¡yes que yes!". 
Y qué decir de la manera en que con el paso de los años se volvió más sentimental, y conciertos de la orquesta de su eterna Alma Máter UNAM, le provocaban emociones fuertes, o la lectura de algún poema de sus empolvados libros le sacaba lágrimas. 

Era un viejo culto, educado, como de esos hombres de hierro chapados a la antigua. Comprometido también con su entorno inmediato, primero su calle, Presa Tintero, y posteriormente su colonia Lomas del Santuario. Pero por siempre, bien vestido, bien informado y desinteresado de cualquier reconocimiento público o monetario, actuando por el bien de su Chihuahua. Tenía opiniones bien fundamentadas, hombre metódico y preparado, lo cual podría teñirlo de terco, pero tengo la sospecha de que se debía a cómo había sido forjado en un hogar católico y probablemente conservador. Fue padre de cinco, y tuve la suerte de ver sus respectivas formas de relación con cada uno de sus hijos y su esposa, mi abuela. Duro de roer, duro con su forma de disciplinar tanto hijos como alumnos, pero a final de cuentas querido y admirado por la gran mayoría de los que tuvimos suerte de tenerlo en nuestras vidas. 

Me marcó de muchísimas formas, tal vez muchas de ellas de manera desapercibida, pero otras muchas que yo quise copiarle o imitarle con el paso de los años. Hoy día, cuando tengo un libro frente a mi, me llena de emoción saber que probablemente encontraré algún que otro pasaje que podré subrayar y adoptar como "definitorio de mis circunstancias"; cuando veo que hay algún concierto de orquesta en la televisión, le dejo aunque sea un par de minutos para disfrutar un poco; cuando tengo una botella de vino frente a mi, me intereso por saber de dónde viene, qué sabores podré descubrir, y por lo general me quedo con la etiqueta de la botella (que algún día, quizás, sabré qué hacer con todas ellas). 

La muerte de mi abuela en diciembre 2009 fue un golpe durísimo para él, tanto, que puedo afirmar que su vacío extinguió en él una vela que Tete significó durante muchísimos años. Siento que los siguientes cinco años de su vida los vivió melancólicamente, en una obscuridad muy personal que le pesaba, pero que él decidió no iluminar por respeto y dolor por la partida de su mujer. Yo sólo lo tuve prestado por veinticinco de sus setenta y nueve años, pero lo recuerdo profundamente y me veo en él, y lo veo en mi. Dejó un vacío profundo en cada uno de sus hijos e hijas, de sus nueras, de sus amigos, de sus colegas y alumnos, de sus vecinos, de su comunidad eclesiástica y ciudadana, pero a mi, como nieto, me marcó de modos especiales y únicos que puedo asegurar no repitió con ningún otro ser humano. 

Me parece en extremo triste saber y hacer conciencia del hecho que ya no volveré a ver al viejo nunca más. Me siento privado de un gran hombre, como si nos lo hubieran prestado tan sólo un rato. A pesar de saberme tan parecido a él, tan interesado en tantas cosas, siento que nuestras diferencias eran igualmente claras, pero siempre mantuvimos una cordial y cariñosa relación de mutuo respeto y admiración. Nunca se puso en mi contra como con muchos otros, sino que me dejaba expresar mi punto de vista y hasta aprendió a aceptarlo o admitirlo como válido a pesar de ir en contra de principios propios.

Cuántas veces me contó de casas que construyó, que si la clienta nefasta que quería imponerse ante sus propios conocimientos arquitectónicos, que si las ventanas circulares que tanto le apasionaba incorporar en sus diseños, que si la delicadeza y elegancia con la que construyó tantos hogares finos, muy por encima de la arquitectura popular de sus tiempos. Creo, dentro de lo que puede ser un juicio sesgado por el parentesco, que mi abuelo fue un completo apasionado de su profesión; un romántico de la arquitectura, y en un contexto socio-económico complicado, prefirió invertir su tiempo y entrega en proyectos hechos específicamente para sus clientes que tanto apreciaba, que venderse a proyectos irresponsables o insensatos. Su mismo hogar fue testimonio vivo de que él podía y sabía dar gusto a diversos requisitos, aprovechar espacios, generar identidad con el lugar en donde se viviría. La casa como un templo arquitectónico, pero también como un templo personalizado, cómodo, casi biológico: construir bien, para vivir mejor.

Un gran hombre, un profundo vacío; una complicada responsabilidad y un sincero orgullo para todos los que su apellido heredamos, su plática conversamos, y su cariño merecimos.



jueves, 16 de agosto de 2018

La chica de Lou Bega

En aquel entonces todo era más sencillo; las canciones que le gustaban a uno sonaban en la radio, y si no era el caso, uno podía tomar el teléfono (había uno en la pared de la cocina, otro en el cuarto de los progenitores, y uno más en la estancia) y marcar a la estación de radio favorita para pedir la susodicha canción añorada.

Era el inicio del nuevo milenio y todo lo que los 90s habían dejado atrás, daba paso a una emoción inexplicable de modernidad, de expectativas, de novedades e intenciones de dar un salto hacia cosas más wow, más fantásticas. Los tennis eran más aerodinámicos, los videojuegos buscaban acercarnos a una realidad virtual más impresionante, los walkmans daban paso a los Discman, y los músicos buscaban reformarse y adaptarse a los nuevos ritmos.

Pero entre esos músicos, en mis oídos resonaba siempre el "Mambo no. 5" del carismático y salido-de-la-nada Lou Bega. Era obvio que me iba a gustar; el señor mezclaba los viejos trompetazos y ritmos sabrosones de Pérez Prado con una instrumentación más moderna y pegajosa, más "movida". La gente le escuchaba mucho y se volvió extremadamente popular en poco tiempo, y no era raro toparse con amigos cuyos ahorros se habían visto disminuidos al comprar el disco "A little bit of..."

Y allí estaba ella, esa amiga que se desarrollaba a un paso veloz y sensual ante los ojos de todos esos chavalos de once o doce años. Era más alta que cualquiera, su tez era blanca y pura, y su apellido era de origen italiano. Tenía todo para conquistar con su sonrisa y su feminidad (en ese entonces nunca antes admirada por ninguno de nosotros pobres diablos que apenas si aplicábamos el infame "calzonazo" a los distraídos), y con esas ganas de bailar que siempre tenía en los cumpleaños. Eran los años en los que las niñas se sentaban con las niñas y los niños hacían desmadre y medio, lanzaban huevos a los vecinos, contaban chistes "calientes", juntábamos las manos y e imitábamos el ulular de un búho, ¿o la típica tonadita del desierto?

A ella le gustaba Lou Bega tanto como a mi. Bueno, más bien a ella le gustaba de modo diferente: yo disfrutaba los trompetazos, esperaba con ansias el momento en que tal o cual instrumento entraba en escena, la hacía de "director de orquesta", tronaba mis dedos al son del ritmo. Ella se sabía la letra de todo, disimulaba sus ganas de querer bailar, tal vez se imaginaba como una de las chicas de Bega en alguno de sus sensuales videos. Pero eso sí, a ambos nos gustaba y compartíamos ese gusto, lo cual la hacía más deseable ante mis inocentes ojos de puberto confundido. Me daba coraje que fuera tan alta, tan inalcanzable (en el sentido más literal que se puede), y por ello creo que nunca me lancé a tomarla de la mano, o robarle un beso...

Más de diez años después, escuchando yo mis viejos discos, me puse el de Lou Bega, busqué la canción de "Beauty on the TV screen" (Yes she got legs that reach the sky...) en Youtube y se la mandé por mensaje en Facebook (todos estos medios sociales inexistentes en aquellos años).
Contestó:
-   "¡Me encanta!  Qué chistoso, después de 12 años aún me conoces tan bien"

Y quise lanzarme ipso facto al país en donde ella vivía.
Porque estaba seguro de que aceptaría bailar conmigo.
Y esta vez, su estatura me haría los mandados.






miércoles, 1 de agosto de 2018

Recuerdo haber escrito

Una vez hará unos quince años, en la cúspide de mi creación poética y literaria, escribí el siguiente par de versos:
"Momento; profundo recuerdo
Instante; el tiempo descansa"

Y hoy, quince años después, cuando recién ingreso a la tercera década, me doy cuenta de la breve pero precisa belleza de las pocas palabras que logré pseudo entrelazar. Mi vida en imágenes, en memorias, en trozos del pasado que se iluminan con una luz fatua pero tenue. Toda mi vida, cada uno de esos treinta años han sido embellecidos con instantes que he compartido con familia, amigos, amores, lugares, circunstancias y música. Y por todo ello doy gracias y ruego a los dioses, al universo y a la vida por que pueda seguir admirando muchísimos más momentos mientras los vivo intensamente.