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jueves, 1 de octubre de 2020

La Fiesta entre las Montañas (In Memoriam, Enrique Servín Herrera)

 

Danzantes, Melchor María Mercado


Te soñé hace poco. Estábamos reunidos familia, amigos y otros tantos en medio de un valle extenso entre montañas enormes; era tu cumpleaños y te acompañaban cientos de personas de las más diversas procedencias. Muchos habías conocido a lo largo de tus viajes y aventuras, y otros tantos habían leído tus obras, escuchado tus discursos o recitado tus poemas.

 Era una celebración digna de ti, y habías pedido que cada uno llevara puesto un vestido o una máscara tradicional de su país o cultura, por lo que el valle estaba repleto de un ecléctico conglomerado de colores, rostros, cuernos, colmillos, chales, máscaras, animales fantásticos y zapatos de diversas formas y estilos... era un espectáculo increíble, y repetías ¡Qué maravilla! con cada persona que se acercaba a saludarte -obviamente recibiéndolo en su idioma y haciéndolo sentir querido y bienvenido-. Tú mismo llevabas ropas tarahumaras al estilo de un chal, y una banda roja al rededor de tu frente.

Se te veía sonriendo y platicando con todo mundo; no te daba el tiempo suficiente para estarte con cada uno como te hubiera gustado, así que la gente se juntaba en torno tuyo sólo para sonreirte, darte palmadas en la espalda, estrechar tu mano. No hacías distinción entre razas, procedencias o credos; a todos tratabas con infinito respeto y cariño como se trata, más que a un amigo, a un hermano.

Todos celebrábamos tu presencia; unos te honraban con cantos indígenas acompañados de los profundos ritmos de tambores, otros bailaban al son de palmas que aplaudían, otros tantos contaban tus historias y tus aventuras por el mundo, y grupos más silenciosos recitaban tus poemas en diversos idiomas y con entonaciones exquisitas. La lumbre brillaba y las chispas volaban hacia los cielos provenientes de cientos de fogatas, y había puestos en donde otras personas cocinaban la comida que te había encantado doquiera que ibas, y así el ambiente era una mezcla de olores y sabores que acompañaban perfectamente ese caleidoscopio humano honrando tu vida en medio de ese valle mágico en lo alto de las montañas.

Tu festejo pasaba a la historia como tu vida y obra, como un evento digno de contarle a los hijos y a los nietos, como una de esas historias tarahumaras que no era de estos tiempos, sino de los tiempos antiguos. Era claro que habías tocado la vida de miles, y que de múltiples e inesperadas maneras nos habías enseñado algo valioso a todos allí: con tu ejemplo nos mostrabas el arte de saber-estar-en-la-vida, el deber de proteger al necesitado, y el regalo de amar al prójimo...

Descansa ahora y siempre, Guardián de las Palabras.

Enrique Alberto Servín Herrera. 1958-2019