Me quedo dormido y para cuando vuelvo a
abrir los ojos no me toca ver el fin del continente y el inicio del
Mediterráneo, lo cual es una lástima. África ha quedado atrás, y con ello mi
año en Ghana, los amigos, la familia, las playas, la diplomacia africana, los
hombres y mujeres que en estado natural se dejan llevar por el ritmo. Me da
tristeza pero me emociona saberme ya más cerca de Europa, pronto veo que
culmina el Mediterráneo y comienza España. Desde los aires se nota el
desarrollo, las carreteras, el orden, la organización de territorios, terrenos,
aquí algunos sembradíos, allá viñedos, edificios. Madrid se asoma y aterrizamos
sin ningún problema; se nos avisa que hace frío y que el aeropuerto se
encuentra prácticamente desierto por el paro de Iberia.
Nos toca recorrer el aeropuerto entero
para ir a obtener las maletas, migración no me dice nada y me desea una feliz
estancia. Me siento contento de estar pisando lo que durante el año llamé
“Oxidante” [Occidente], en donde todo funciona, en donde estás seguro, pero
inmediatamente reparo en el hecho que todo es seriedad, todo es silencio, todo
es monótono, monocromo. Casi pudiera decir que me parece un lugar inhóspito:
hace muchísimo frío, y aunque traigo puesto el blázer negro y una camisa de
manga larga, no parece ser suficiente. Es definitivo, he dejado atrás la
calidez africana en todos sus sentidos, y se extiende ante mi un frívolo
Madrid. Pero
Madrid, es otra historia.
-Escrito hace 9 años, al dejar Ghana-.