Cómplices de travesuras, competencia sana y deportiva; uña y mugre como se suele decir. Lo que hacíamos lo hacíamos como nadie, siempre emocionados de mirar juntos nuevos partidos de donde pudiéramos sacar nuevas estrategias y jugadas que sorprendieran al resto de los mortales del equipo. Tú creciste más que yo, eso fue claro: a través de los años nos acompañamos en equipos, como compañeros de triunfos y alguno que otro fracaso doloroso, pero en general supimos apoyarnos en aras de ser los mejores.
Comidas en casa de tu abuela, comidas en casa de los míos. Ambos llegamos a formar parte de la familia del otro: ¿se viene a comer hoy? "¡Sí!"; ¿Se queda a dormir? "¡Sí!". Cuantas interminables noches compartimos el mismo lado de la cama, por lo general charlando de las mujeres que llamaban nuestra atención. Luego cómo olvidar la puerta de tu baño que se abría con tanta facilidad que a mi me perturbaba de sobremanera: allí estabas tu o tu hermano abriendo mientras yo tomaba la ducha. Terminaba mi ducha rápidamente. Entrabas a bañarte tú: venía mi venganza, que disfrutaba con singular alegría. Bajábamos a desayunar ricos burritos que tu madre preparaba con tortillas deliciosas y grandes.
Vinieron mis cambios de ciudad y a pesar de eso, mantuvimos comunicación a través de los años.
Vinieron los cambios de gustos, preferencias y grupos sociales, pero mantuvimos los lazos a través de los años. Vinieron novias, pretendientes, escuelas y experiencias, y aún hoy, cuando charlamos, seguimos siendo aquellos infantes que se paseaban campantemente bajo las coladeras y puentes de la ciudad.
A través de los años hemos estado allí, a pesar de distancias: por eso te agradezco, y esta va para ti, celebrando los casi 20 años de aventura y complicidad...