El que busca encuentra...

lunes, 25 de enero de 2021

Llueven alfileres

Caminamos por la playa lado a lado,

tu mano en la mía y los ojos nerviosos

viendo a lo lejos la tempestad que acerca,

con vientos fuertes, las nubes obscuras.


Caen gotas veloces sobre nosotros,

-alfileres, pensamos-

pero seguimos andando hacia quién sabe dónde

porque el momento así lo invita.


Retumban más cerca los truenos

y una amistosa perrita sarnosa

nos acompaña fielmente

hasta que decide buscar refugio.


El océano inclemente se acelera

(los alfileres caen con más fuerza)

y sin soltarnos las manos,

sonreímos y con una simple mirada 

acordamos dar por terminada

nuestra caminata por las playas de Goa.






miércoles, 6 de enero de 2021

Cerocahui

 Mi padre va conduciendo de modo veloz porque vamos tarde; mi madre va checando en su bolsa si trae el dinero, los boletos, los rollos para la cámara que compró específicamente para ese viaje, entre otras cosas. Mi hermano y yo, de 4 y 7 años respectivamente, vamos emocionados porque es la primera vez que nos subiremos al tren, en nuestro imaginario infantil profetizamos un viaje fantástico hacia las montañas de Chihuahua. El nombre Cerocahui no nos dice mucho, pero mi madre nos había dicho que era territorio Tarahumara y que estaba en las profundidades de la Sierra de nuestro querido estado. 

Ya que llegamos a la estación del Chepe (Chihuahua-Pacífico), mi padre nos acompaña hasta el andén en donde vemos por vez primera la enorme máquina principal, los vagones inmensos, la gentre subiendo ayudándose de unos escalones que en ese entonces parecían altísimos. Abrazamos a mi padre, que no nos acompañaría, y subimos con mi madre a nuestro vagón, en donde tomamos asiento y vemos en la ventana el joven rostro de mi padre sonriéndonos. El Chepe silba con estruendo su seña de que partimos, y empieza a moverse todo... mi padre va quedándose atrás mientras nos dice adiós temporalmente.

Cerocahui es un pueblo en medio de las montañas, el aire es fresco, corren ríos y cascadas cercanas y las formaciones rocosas son increíbles. Nos quedaríamos con mi madre en un hotel llamado Parador del Oso, en donde no había electricidad y las habitaciones se iluminaban únicamente con velas. Recuerdo el olor a madera y a frío, el agua gélida que salía de la regadera y el rostro contento y emocionado de mi madre mientras nos lleva a descubrir majestuosos rincones de la Sierra Tarahumara.