Algo de ancestral tiene este frío
en el que mis huesos calan
y mi voz se dibuja en los aires
cuando hablo, cuando río
para perderse en forma de vapor,
por doquier.
No me es familiar, no lo domino
me encoge y me alenta
pero despierta un precario
llamado a la supervivencia.
Sacude cada célula, cada centímetro de piel
y me enseña lecciones sobre mi infinita debilidad
-mi precaria condición de hombre domesticado-.
No puedo huirle, me rodea
me persigue y me encuentra a cada paso;
temprano por la mañana,
y al caer el ocaso.
Y sin embargo lo aprecio,
porque a pesar de ser terrible,
nos invita a sentirnos vivos.
Sí, algo de ancestral tiene este frío.