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jueves, 23 de junio de 2022

Piló, Quike, Juan, Cecy, Edgar, Leonor, Aldo y Marisol

 Vengo recién llegado de Metepec. Traigo el cabello larguísimo, a modo de afro. Inmediatamente las autoridades escolares de Chihuahua me dicen que esto "no está permitido" y que voy a tener que cortarme el cabello y acatar las normas. Ya de entrada pienso mugre rancho conservador. Esto, aunado al hecho de que estoy dejando atrás a mis dos grandes amigos de aventuras juveniles en Metepec, me hace odiar la decisión de volver al terruño. Lo amo, no se me tome a mal, pero había comenzado a amarlo como un destino vacacional, un sueño navideño de un par de semanas y ya, volver a la normalidad en el centro del país tras recargar energía en familia y con amigos.

Las primeras semanas nos quedamos en casa de mis abuelos a falta de tener un hogar listo (y la mudanza que apenas venía en camino), y esas semanas fueron lindas, cargadas de conversaciones con mi abuelo, husmear entre sus libros de poesía (Juan de Dios Peza, Antonio Machado), desayunar con mi abuela y disfrutar de sus licuados matutinos, tomar el camioncito de la mañana que pasaba por mi siendo aún noche afuera, y me ponía mi discman para escapar de la realidad y volver, a ratos, al lugar que había dejado apenas un mes atrás. 

Llego a Chihuahua en cuarto semestre, la mitad de mi preparatoria, y es un momento que marca el resto de mis días. Es terreno fértil en cuanto a la amistad, pues Arnulfo me había presentado a varios de sus amigos más cercanos el verano anterior, y por suerte compartiría clases con todos ellos. Los viejos nombres que él me había mencionado en tantas ocasiones, Juan, Aldo, Piló, Marisol, Leonor, Edgar, Quike, Cecy, todos ellos estaban allí el primer día de clases en esa fría mañana de enero 2005.

La primera en mostrarme calidez fue Piló, quien ya el verano anterior me había caído muy bien y habíamos platicado agusto de gustos afines como Blink-182, y de hecho yo iba corto de dinero a algunas de nuestras salidas (en aquellos tiempos nadie manejaba aún, caminábamos las calles de Chihuahua o nos subíamos al camión), y pidiendo 20 pesos para unos hot dogs, Piló me terminó ofreciendo 200, que es un gesto que jamás olvidaré. En la preparatoria me dio un tour, me contó de los "grupos", de las fresas, los nerds, los populares, y los recientemente formados "Chabelos". En la cafetería me iba indicando estos grupos de personas, y me insistió en que los más agusto serían los Chabelos (del cual ella formaba orgullosa parte), ese grupo ecléctico y peculiar de personalidades variadas y que se juntaban en unas mesas cercanas a las escaleras de la cafetería. Yo, neófito, no me sentía cómodo dejando mi mochila allí con las del resto, así que la cargaba a todos lados. Eventualmente el grado de confianza me llevaría a lanzar mi morral (que con el tiempo me sentí cómodo en llevar en vez de mochila) por encima de cabezas y que aterrizara suavemente encima de otras mochilas apiladas bajo la escalera. 

Piló se volvió instantáneamente en mi primera amiga; me prestó una guitarra para que me llevara a casa de mis abuelos y tuviera algo que hacer por las tardes, y el primer viernes -que salíamos temprano- tomamos un camión que nos llevó al Centro Musical de Chihuahua, una tienda en la esquina de la Calle 14 y Niños Héroes, porque yo traía la idea de "comprarme un banjo", y ella me dijo que sabía de un lugar en donde los vendían. Obviamente el banjo costaba las perlas de la Vírgen, por lo que salí con las manos vacías, pero contento de recorrer las calles de mi tierra al lado de mi simpática amiga nueva.


Por otro lado, Quike Müller se volvió en mi primer amigo. Me parecía un personaje curioso, interesante, culto, lector, musical, sabía sobre cine y eso me fascinaba, que me arrojara el ocasional dato sobre esta o aquella película, este o aquel soundtrack. Inmediatamente me viene a la mente que fue gracias a Müller que empecé a prestarle atención a Soda Stereo, específicamente porque Enrique traía seguido la de Persiana Americana resonando en sus audífonos. Me gustaba que él se involucraba en cosas con ONGs, en clases extracurriculares como cocina y creo fotografía. Era alguien que me retaba y me llenaba de experiencias nuevas. 


El siguiente par venía en combo; Juan que andaba con Cecy, Cecy que no se separaba de Juan. Yo, hasta ese entonces poco experimentado en relaciones sentimentales, me parecía que esos dos no se soltaban nunca, era empalagoso. Hacían todo juntos, comían juntos, hacían tareas juntos, iban a la biblioteca juntos. Mientras que Cecy era una artista nata y dibujaba cosas increíbles en sus cuadernos, Juan era un ratón lector que a todas horas se le veía con algún libro en mano. Y, en su bolsillo, siempre una hackie con la que nos entreteníamos en los pasillos, en los patios, en los pastos. A todas horas jugábamos hackie y Juan, con sus converse, era el mejor de todos. Sujeto atlético y deportista, Juan hacía malabares, lograba pases increíbles, rescataba la hackie de caer al piso tras el peor de los pases de alguien más. Fue con Juan con quien más habría de disfrutar tomar clases, pues nos pasábamos mensajes, comentábamos este o aquel detalle con sarcasmo, manteníamos una bitácora de "quotes" que alumnos o maestros decían a mitad de la clase sin darse cuenta de la belleza, innecesariedad o filosofía detrás de su recién pronunciada frase (Ejemplo: Aldo formó parte de la planilla Urbano que buscaba coronarse como Sociedad de Alumnos, y en algún debate contra la otra planilla pronunció la histórica "Para su información, porque por lo visto es necesaria, ...."). Ese era el tipo de frases que Juan y yo anotábamos frenéticamente cada que alguien soltaba algo digno de inmortalizar en escrito.


Otra pareja con la que comencé a hacer amistad, más no tan profundamente, eran Edgar y Leonor. Ella toda pequeña y callada en aquellos días, y Edgar un bato enorme, tosco, pero que daba siempre buena vibra y con quien platicaba seguido sobre Lord of the Rings, tanto libros como películas. Ellos vivían su mundo raro y no era seguido convivir con ellos, pero los recuerdo como unos de los primeros en entablar plática conmigo.

Aldo, a quien también había conocido el verano anterior en casa de Arnulfo, era un tipo inteligente, popular, carismático. Todo mundo quería pasar tiempo con Aldo, y él, intentaba dar un poco de sí para todos. Estaba involucrado en muchas cosas, y por lo tanto era respetado tanto por alumnos como profesores. Recuerdo que ya desde esos días tenía su propia empresa y hablaba de su "partner", lo cual me parecía inaudito: qué sabía yo de negocios, empresas o hacer dinero en esos tiempos...  Aldo era amable conmigo al inicio, pero luego resultó que no nos caímos tan bien, al menos el primer semestre. Eventualmente se volvería en uno de mis más queridos amigos. 

Finalmente cabe mencionar a la Oveja, esa chica de la que Arnulfo llevaba enamorado más de un año y que era una personalidad. Una mujer única, culta, talentosa para dibujar y escribir. Resultaba atractiva a la vista, pero también su personalidad daba mucho qué opinar y añorar como potencial pareja. Practicaba kick-boxing y jugaba hackie con nosotros, era un deleite verla jugar. Supongo que se sentía un poco raro todo el asunto porque todos la sabíamos chica de Arnulfo, si bien ella se veía y se sentía libre de toda atadura sentimental. Tan así, que andaba con un sujeto mayor que todos nosotros, el famoso "Pepe", de quien todos estuvimos celosos en su momento. Era directa, un poco tosca en el trato con los demás y sin filtros. Se desesperaba fácilmente, pero ya que la fui conociendo más, descubrí en ella una cómplice de aventuras, de paseos por la ciudad, de noches de cine y palomitas, de música en el bocho. 


Estos fueron los primeros grandes amigos que hice recién vuelto de Metepec. Muchos más fueron llegando a mi vida en los meses siguientes, pero estos fueron los primeros en ocupar espacios en mi corazón. En poco tiempo me sentí en casa y acogido por la calidez de estos personajes, que llenaron esos semestres de risas, hackie, cine, música, paseos por la ciudad, sesiones en la biblioteca, festines compartidos en la cafetería, etcétera. Cada uno de ellos aportó algo específico a mi vida y me hizo sentir querido, y por lo mismo quería escribir estas líneas para plasmar mi agradecimiento por sus amistades y el tiempo compartido no sólo en aquellos días hace ya 17 años, sino el resto de las aventuras que continuaríamos teniendo hasta hoy día. Dice el dicho - y lo dice bien-:  quien encuentra a un amigo, encuentra un tesoro.