El que busca encuentra...

viernes, 3 de junio de 2022

Charlie Baby


Se aparece en mi vida hacia mi último semestre de universidad. Un sujeto moreno, flaco, larguirucho. Sonreía de oreja a oreja, andaba generalmente algo despeinado. Era amable y generoso, siempre ofreciéndonos aventón que si al súper, al tren ligero, a los tacos El Güero ya entrada la noche. Disfrutaba con singular alegría a nuestro lado la orden de tacos con unas cebollitas, "cortesía" del Güero. Charlie era de Cuernavaca y nos alegró nuestro último semestre en incontables ocasiones. 

Por un lado a mi roomie la buscó con ojos de enamorado, me pidió ayuda para colgar decenas de manzanas del techo de su cuarto con listones que acomodó pacientemente, en un gesto por demás romántico y nutritivo. Yo tuve la suerte de grabar un breve video de Charlie colgando las manzanas, que debe estar en alguna antigua memoria empolvada. Cabe recalcar que consumimos manzanas de manera frenética durante las siguientes semanas.

Por otro lado, Charlie estudiaba una carrera que le exigía proyectos fotográficos y de creación de video, para lo cual me invitó en dos ocasiones a participar como actor/personaje de guiones escritos por él mismo. Le agradezco aún hoy día esto, porque me permitió apoyarlo con ukulele y acordeón en dos videos que, si bien no obtuvieron el reconocimiento que merecían, sí nos dejaron contentos con el resultado. Recorrí Coyoacán a su lado, con acordeón colgado en mi hombro, intentando encontrar el punto ideal para el cortometraje. A él le parecía exótico que yo tocara esos instrumentos, y le expliqué que venían de mi gusto por Beirut, al grado que eventualmente él mismo se compró un ukulele que llegamos a tocar juntos en algunas ocasiones. 

Recuerdo recorriendo las avenidas de Tlalpan en su vehículo, subiéndole al estéreo mientras resonaba "The Crane Wife 3", de The Decemberists. Íbamos a Wendy´s por unas hamburguesas después de haber grabado video en el centro de Coyoacán. Yo sacaba mi rostro por la ventana abierta y me sentía contento de tener a ese cómplice de aventuras y música, inesperada amistad que sin duda me regalaría mis momentos más memorables de mi último semestre de universidad. 

En el día a día él me llamaba Mi buen, y se refería a mi con un respeto innecesario, y yo, para aligerar la tensión, le llamaba románticamente Charlie Baby. Él sonreía con esa sonrisa que abarcaba la totalidad de su rostro y que llenaba mi alma de cálida fraternidad, y culminábamos siempre el saludo o la despedida con un abrazo apretado.