El que busca encuentra...

jueves, 11 de agosto de 2022

Miel du Château

Yo llevaba a lavar mi ropa a ese pequeño establecimiento, quizás unos quinientos metros de distancia de donde rentaba un cuarto en la casa de una señora mayor. Lo había descubierto en una de mis caminatas cotidianas, digamos, misiones de reconocimiento de mi zona; taquerías, cafés, inmobiliarias, edificios departamentales y allá, a lo lejos, al final de la calle, la Lavandería El Greco. 

Usualmente me atendía una chica muy amable quien, por lo general, se la pasaba en su celular. Había que timbrar para que le abrieran la puerta a uno desde adentro, y ya una vez allí, esa chica sacaba mi ropa de mis bolsas de plástico y la pesaba: serán tantos pesos. En lo que me buscaba mi cambio, yo husmeaba con la mirada el establecimiento: algunas lavadoras y secadoras hacia el fondo, y más cerca las paredes adornadas con curiosos pósters y mapas de Francia, un cartel hecho a mano que decía Vive la France. Me parecía una decoración por demás específica, pero nunca le pregunté a ella el por qué de tantos motivos galos. 

En cierta ocasión, mientras buscaba cambio para darme -claramente la dejaban siempre sin cambio los dueños del establecimiento-, la vi alejarse hacia la parte de atrás de los cuartos y hablar con alguien que se encontraba allí cerca. El individuo, un hombre de baja estatura, medio calvo y con ojos de color claro la acompañó de nuevo a la caja, sacó cambio de sus bolsillos y su suéter, y alzó la mirada para verme. Soltó alguna disculpa o explicación acerca de la ausencia de cambio, y aproveché yo para preguntarle el porqué de la decoración francesa en las paredes sucias y descuidadas. 

-Ah sí, ¿le gusta la decoración? Mi hermano y yo somos de Francia. Bueno, mejor dicho somos mitad franceses. Es la tierra de mis ancestros. 

Yo le respondí emocionado que yo había vivido en Francia un año, y que tenía gratísimos recuerdos de aquel país.

-¡Espléndido! -me dijo emocionado- Nosotros somos de una parte al centro, nos apellidamos Du Château, que quiere decir "Del Castillo"...

Le pregunté en mi empolvado francés que si él y su hermano iban seguido a Francia y que si seguían practicando el idioma de Moliére -suponiendo que tanto orgullo corriendo por sus venas le iban a soltar la lengua que tanto disfruto escuchar-. Pero no, para mi sorpresa su francés era precario y con un acento chilango por demás notorio, lo cual lo hacían sonar casi como un impostor queriéndose hacer pasar por francés. Pero, ¿quién era yo para juzgar o condenar a ese pobre diablo? Las circunstancias de su vida me eran ajenas, y le agarré cariño a pesar de mis dudas. 

En numerosas ocasiones platicamos sobre esto o aquello, restaurantes, quesos, vino. La situación social en Francia, pero más que nada el señor Du Château estaba bien informado en los chismes del vecindario. Resultó que la lavandería no le dejaba mucho dinero (que tenía que dividir con su hermano, a quien creo conocí una única vez y quien no me habló en francés), pero estaban moviéndose hacia el sector apicultor: Miel Du Château. Me hablaba maravillas de la miel, y que era algo que habían aprendido de sus ancestros en Francia, orgullosamente ahora trayendo los secretos a México. 

No supe bien si creerle o no acerca de los orígenes de sus conocimientos en apicultura, pero por pura amabilidad le dije que cuando tuviera miel, me gustaría comprarle un poco para probarla y llevarle a mi familia a Chihuahua en mi siguiente viaje. Era un personaje tan curioso y lleno de contradicciones, casi daba la impresión de mitómano, que independientemente de que me vendiera miel algún día o no, el hecho de alzarle el ego hablándole de Francia o de la miel me daban la ocasión de conversar más minutos con él, mientras la chica de al fondo seguía inmersa en su celular. 

Eventualmente, un día que recogía mi ropa limpia, el señor Du Château escuchó mi voz desde el fondo de su establecimiento y salió emocionado a platicar conmigo. Le dijo a la chica que "él me atendería", y mientras buscaba mis pertenencias, me decía que me tenía un pedido extra listo. Yo, un poco confundido, no sabía bien de qué hablaba pues yo jamás había dejado ropa extra o ningún otro tipo de peticiones específicas sobre la limpieza de mis prendas. Fue a la parte de atrás y volvió con un par de frascos de miel, dorada y pura, que me entregó en la mano. Así que no era del todo mentira; la etiqueta bastante simple y poco decorada decía "Miel du Château", con información nutricional y algún correo electrónico. Le pagué la miel y le agradecí, y eventualmente la famosa Miel du Château, cuyos secretos provenían de algún recóndito rincón francés y traídos a México por esos curiosos hermanos, llegó a la alacena de mi madre, quien la disfrutó enormemente. 

No recuerdo el nombre del señor, y al revisar en Google Maps, resulta que la lavandería ya no existe. No sólo ya no existe, sino que el edificio fue completamente derrumbado. También he buscado su miel en Google sin resultados positivos. Es como si todo hubiera sido un sueño, como si el curioso señor Du Château me hubiera dado esos frascos de miel y luego se hubiera desvanecido, o mejor aún para él, vuelto al país de sus ancestros...