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jueves, 26 de febrero de 2015

We are all made of Stars

El cielo desde una playa africana. Autor.

Las eternas dudas que han invadido al hombre desde el inicio de los tiempos -más bien desde nuestro inicio- me invaden: ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué nosotros? ¿Por qué cada uno? ¿Qué sentido tiene mi existencia? ¿Vengo aquí a darle sentido a la unión coincidental de circunstancias que me dieron existencia? ¿Soy imprescindible? ¿Vengo a jugar un rol específico? ¿Soy sólo un hombre más que llegó y se irá sin dejar huella? ¿Soy un milagro? ¿Todo es un milagro? ¿Todo es un engranaje que no lleva a ninguna parte?

Me confunde mucho seguir pensando en tantas dudas que me bañan cual lluvia o ducha. Ninguna parece tener una respuesta clara, pero noto que prefiero en mis adentros darle cierta respuesta o cierta dirección a la respuesta de cada una. Prefiero creer en tal o cual respuesta. Al final, cada uno preferimos y elegimos esas respuestas; no es que exista una respuesta (¿O sí?), sino que depende de lo que queremos o no lograr/trascender en el mundo y el tiempo. Resultaría completamente deprimente hacernos a la idea de que no estamos aquí por ninguna razón, que repetimos grosso modo la vida de nuestros antepasados: nacer, crecer, reproducirse, morir. No es grato pensar que nada de lo que hagamos (o más bien, que todo lo que hacemos) valdrá, trascenderá. Sí, puede refutárseme que el punto es trascender la vida de cada uno, darnos un sentido propio y compartir ese sentido con los próximos, con nuestro producto humano que traigamos al mundo. Pero, si dejamos de lado esas sensibilidades y positivismos, nos aterra creer que se nos va a ir la vida en mil y una actividades que al final no dejarán nada, porque sólo dejaremos a quienes hayamos traído, y pasarán la estafeta a sus sucesores, y así sucesivamente hasta que quede un último ser humano y se pregunte ¿Y yo qué carajos hago aquí? 

Ese último ser humano, supongamos, no podrá dejar hijos o huella, pues nadie más estará después de él para apreciar lo que sea que haya logrado, construido, escrito, amado. Entonces, bajo ese supuesto del último humano, ¿Qué sería de su vida? ¿Qué sentido tendría su existencia? ¿En qué invertir su tiempo y sus emociones si se le asegurara que nada queda después de él? La respuesta, creo que ya la vamos intuyendo, sería hacer algo que a él le de sentido su propia existencia, ergo, disfrutar. Nada quedará, así que disfrutar lo que se haga, hacer lo que se quiera, querer lo que se haga. Y volvemos a esa subjetividad de la existencia del ser humano....

Otros podrán meter a Dios en la discusión. El Dios de cada uno, que quede claro. Nadie nos ha comprobado que existe sólo uno, o que nuestro Dios es el mismo que el de los musulmanes, o que sea amigo celestial de los Dioses de las religiones politeístas. Dejemos de lado el concepto Dios(es). La verdad irrefutable es que nosotros somos quienes estamos aquí, no Dios(es). Si él nos da o no un sentido, es cosa de cada uno y su pacto personal con él, su relación personal con él.

De nada estamos seguros, aparte de que estamos aquí y ahora. La única gran verdad es la que uno mismo le otorga a su vida y su existencia. El disfrute es lo único que nos humaniza, que nos declara capaces de sentir y emocionarnos. No puedo ni debo apostarle demasiado al futuro, que es un concepto que nos es ajeno; tampoco puedo mirar eternamente al pasado, que, a final de cuentas, ya no existe. ¿Qué dejaremos detrás entonces? Aquello a lo que demos significado personal, aquello que encienda nuestras almas. Nada más.

Y vuelve a mi mente esa vieja estrofa de Drexler:

"No dejaremos huella, sólo Polvo de Estrellas..."

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