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viernes, 29 de octubre de 2010

Para un espíritu creador, no hay pobreza

*Foto del autor, en Cusárare, Chihuahua.


[En esta ocasión no se trata de la pobreza de bienes materiales, sino espirituales.]
Cuestionábame sobre qué debería escribir esta vez, y tras un largo periodo de reflexión
llegué a concluir que puedo escribir lo que pensé en ese momento de perspectiva interna
y análisis sobre motivos, razones y anhelos. Para esto me es necesario comentar que estoy
leyendo Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke. La propuesta me fue hecha por
la Ovieja, a quien le agradezco haberme abierto los ojos a este autor enigmático y sincero.

Son tantos los sucesos de nuestro andar diario, son a veces tan semejantes con los de andanzas
anteriores, que solemos utilizar la palabra monotonía para calificar la vida misma. En estos casos
nadie nos puede ayudar, nadie. Es cuestión de adentrarse uno mismo y darse cuenta que Rilke tiene la pluma llena de verdad:

Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que le rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. (Rilke,1903)
Ya decían Aristóteles y Platón que para ser filósofos había que saber asombrarse. Ahora
yo me pregunto si "asombrarse" tiene que ver con "sombras", y dejar -por unos instantes- de ser nosotros mismos la luz de nuestros días, dejar de preocuparnos por el ego, para dejar que
algo más natural, más puro y constante en la vida nos opaque (o llene de sombra, o asombre) y enfoquemos nuestra reflexión y nuestro agradecimiento en cosas menos visibles pero más constantes: los pequeños detalles.

Para quien se sabe dejar asombrar, no hay pobreza. Para quien se fija lo suficiente en el andar diario y en sus detalles y rizomas, la pobreza del alma es lo menos que nos debe preocupar.

Abre los ojos.





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